lunes, 6 de septiembre de 2021

breyten breytenbach / la poesía es un soplo de la consciencia


    “Por mucho que alimentes a un lobo, siempre mirará hacia el bosque. Todos somos lobos en el denso bosque de la Eternidad”. Esto fue escrito por la poeta rusa Marina Tsvetáyeva, dijo suavemente el hombre mientras acariciaba el pelaje plateado del animal acurrucado en sus brazos. El animal aguzó las orejas y luego se esforzó por mirar atrás al oscuro grupo de árboles donde las sombras se movían como si estuvieran vivas. Como si estuvieran vivas y esperando salir a la luz.

    Escucha: este proceso llamado poesía es un ejercicio para imaginar la memoria, y luego de atraparla, contemplar la imaginación. Sin embargo, cada poema es y será una cápsula de territorio en el tiempo presente perpetuo, un barco que toma los colores siempre cambiantes del mar.

    La poesía es el soplo de la conciencia y la respiración de la misma. Me refiero a esto, incluso literalmente, para destacar que el flujo y la caída de los versos son “unidades naturales” de conciencia esculpidas por el ritmo, por el recuerdo y por el movimiento que alcanza los límites del significado y de la oscuridad. Esto se podría ilustrar afirmando que el poema es una membrana ondulada, estruendosa; recordándonos que estamos respirando organismos que traducen continuamente el espacio que nos rodea, traduciéndonos continuamente en espacios de lo conocido y, así, dibujando circunferencias alrededor de ubicaciones de lo desconocido. De esto se podría extrapolar que la práctica y el proceso de recordar / evocar / despertar eventos y nosotros, somos conducidos con naturalidad a cuestionar las polaridades del otro y del yo, a escribir (y des-escribir) el yo, y a reescribir el mundo. El barco cambia el agua.

    La poesía también es el viento del tiempo y, así el movimiento y el canto del ser. Un viejo poeta, amigo mío, —que ahora está llegando al final de su vida y de la hipotermia, la tierra tambaleándose bajo su inestable huella mientras oculta sus ojos detrás de gafas empañadas para suavizar el aspecto deslumbrante (tal vez, de regocijo) de Dog Death olfateando más cerca—me contó el otro día que cualquier recuerdo y comprensión que tiene de sí mismo, de la ruta y de los caminos recorridos, de los mares navegados, de la gran H de historia, lo sabe a través de la resonancia de un puñado de poemas.

    “Si queremos saber cómo se siente estar vivo en un momento dado en la larga odisea de la raza, debemos recurrir a la poesía”. (Stanley Kunitz)

    Porque cuando acercas un poema a tu oído, escuchas el sonido profundo, los movimientos de los que formamos parte, entendiendo no tan bien un significado literal como un sentido existencial. Constituye la médula espinal del recuerdo. Y nos recuerda que recordar es movimiento.

    Yehuda Amichai afirmó una vez que la poesía era la última forma de arte destinada a que la sola voz humana se comunicara de forma totalmente libre a través de los límites de la lengua y el tiempo. Nada podría ser más personal y nada podría ser más desinteresado. Esto puede ser mejor descrito como una manera de decir (apagar) el Ser. Asimismo, podría haber agregado que también es la primera forma, el canto más antiguo del amanecer. Frágil e indestructible. No transmite ningún poder (excepto el no poder de la libertad y la caída libre). Normalmente no da acceso al privilegio o al status. Alles van waarde es weerloos, escribió el poeta holandés Lucebert. “Todo lo de valor está indefenso”. Y los indefensos deben ser retenidos en el corazón.

    A medida que pasan los siglos, los contextos se desvanecen hasta convertirse en un palimpsesto, las referencias se interpretan como una corrupción total de la intención original, la religión dentro de la cual el poema vivió como un pez en su océano o en una bañera de comprensión no solicitada habrá desaparecido, la música a la que se dedicó ya no existe. Y esta cosa, esta metáfora extractora y herramienta rastrera de la textura de la vida, inofensiva, pero explosiva, esta fragilidad de corteza —el poema— nos llega a lo largo de los siglos en una forma instantáneamente reconocible. Como un barco ebrio. Soy el amado al que Li Bai habla en su Reino Medio (elegía de muchos, siglos atrás). El sonido profundo me llega a través de la mutación de una lengua de idiomas. El poema sobrevive sin adulterarse porque la poesía participa de cómo es estar vivo, no del porque ni del por eso.

    Siempre es, un homenaje a todos los que están vivos en el momento de leerlo, escrito en tiempo posible, no el pasado o el futuro imperfecto, sino en el perpetuo puede-ser: cuando funcione completamente, traerá una belleza que excitará la lengua y aparecerá sin esfuerzo, así como se ve el agua en un pozo. Y curiosamente, es como siempre un epitafio, empapado y oscurecido por un indicio (y mancha) de muerte tan cierto y tan esclarecedor como el amanecer. Será agua sosegada por el viento que vino de la nada, a la espera de ser arrastrada por el remo de Caronte. Y la voz permanecerá encapsulada en su forma tal como nace el viento desde la nada. El poema es una cripta, o simplemente un hueco en el suelo, donde los restos envueltos de carne que oscurece la podredumbre hace tiempo que han desaparecido, pero donde la voz se mantiene viva. El poema es la cabina telefónica de los antepasados.

    El poema es proceso. Por supuesto, también es producto: el brote de un momento en el tiempo definido por un entorno cualquiera y las sensibilidades que imperan cuando surge. El poema es una cuestión única, nunca se debe subestimar su calidad como objeto. Pero entonces, me sometería a que eso se procesa. Por eso digo que está escrito en el tiempo posible, porque es una toma en progreso, un enunciado visible y audible del combate contra la muerte y la nada. Y una declaración (o estación) para llegar a ser.

    ¿Uno puede ser conocido, identificado, señalado como “poeta”? La función, tan antigua como las rocas, está ahí a la vista de todos. El o la poeta bailan con el vacío como compañero. Él o ella son un chamán, un sacerdote, si admites que los sacerdotes fornican, mienten, roban y pueden ser políticamente incorrectos. Naturalmente, lector-poeta no puedo responder por tu fornicación sacerdotal, no he olido los pliegues de tu ropa, pero desearía que la incorrección política (tal vez la “insubordinación” sea un término más cercano), en otras palabras, la rabia de permanecer consciente y críticamente vivo, con todos los sentidos alerta y fiel a la luz cambiante, encuentre en ti un protagonista orgulloso.

    En afrikaans, el chamán sería sieketrooster, wondmeester, geneesheer, expresiones que significan “consolador de los enfermos” y “maestro de las heridas” y “caballero de la curación” respectivamente. El poeta-chamán usa el sonido profundo como exorcismo primitivo para consolar y confirmar lo conocido, pero también para destruir certezas, perturbando especialmente la comodidad de la fantasía moral. Pondrá letreros tan inescrutables, inefables y valientes como las pinturas rupestres expuestas al resplandor (¿y al regocijo?) del viento del tiempo. El poeta pone de manifiesto la magia en la que vivimos, incluso en un mundo globalizado y posmoderno. Siempre tendremos con nosotros el final abierto, el más allá y el antes, la barbarie y el saber, el calor de ver lo que se hace, el soplo profundo de nuestras montañas, nuestra forma humana de convertirnos en parte de las estrellas cuando el fondo de la embarcación cede, y, luego, la nada reverberante y la luz oscura del espacio que no tiene sonido.

    Sugiero que tienes que dejar que ese fuego de la belleza corra a través de ti. Lo que queda es la ceniza del oficio del poeta en el que se recordará todo el fuego, las brasas que se renombrarán y leerán como runas y piedras y huesos que aún arden en las calles de viento y agua. Tan hermosas y tan sombrías. Estos son los restos del poeta al que esperamos regresar. Eso, y la gracia de su continuidad sin certezas, pero con el oído de la escritura siempre alerta a los profundos ecos del comercio humano…

    Ahora me detengo para preguntarme cómo sería ser un poeta en Sudáfrica hoy, en ese país donde ya no vivo, seis años después de que Mandela triunfara y dos años después de la presidencia de Baba Mbeki. La respuesta, espero, puede depender en cierta medida del idioma utilizado. Pero es cada vez más urgente volverse y mirar a los ojos hambrientos de la pregunta…

    Lo que me hubiera gustado detectar sería una voz totalmente de su lugar y tiempo, pero no “sudafricana”, ni en la inflexión ni en la pretensión ni en la excusa, ni siquiera en la preocupación, es decir, en la manera no sudafricana desilusionada, quejumbrosa y caprichosa. Hemos llegado a esperar y experimentar. Me encantaría ver la claridad de la línea y la profundidad del sentimiento, la resiliencia y la truculencia, y una insistencia casi imprudente en las cualidades de la excelencia. Estoy buscando resistencia a las tonterías, al dulce y simple placebo del gordo moral que hace distinciones demasiado fáciles entre “bueno” y “malo”, al zumbido del triunfalismo, al gusano de la desesperación apocalíptica, a la insidiosa barbarie de la mediocridad justificada por el enfoque de una ética “igualitarista” u otras afirmaciones autocomplacientes “postcoloniales”, al suave arte de olvidar el pasado, al atronador silencio de encontrar circunstancias atenuantes para nuestra cobardía, a las nuevas hegemonías del gusto y las nuevas profundidades de la mentira y la adherencia a las ortodoxias bovinas, como las de la llamada variedad de liberación…

    Estoy escuchando, estoy escuchando. (Ah, ¡qué tonto soy!)

la memoria es un espacio:
desliza la tapa de la muerte
y bájate
para ir y volver
a paisajes de recuerdos,
las dimensiones vibrantes
de vista y de respiro

tal vez mis ojos
ya no serán de lo mejor,
los colores sean más temerarios,
las distancias más íntimas,
y esos pájaros
¿son cuervos o murciélagos?
¿Es el cielo de cerámica o felpa
o de carne?

y ese viento silencioso
llorando a través de huecos y coronas
¿cómo volver al lugar
que siempre he llevado
como un ritmo grave bajo la piel?

¿podría ser mi imaginación
o realmente lo he olvidado?


***
Breyten Breytenbach (Bonnievale, Sudáfrica, 1939). Intimate Stranger. Nueva York: Archipielago Books ,2009, pp. 14-21. Traducción de Nicolás López-Pérez. Extraído de revista Litost.