lunes, 27 de noviembre de 2023

elsa morante / a favor o en contra de la bomba atómica (extracciones)


    He oído decir que algunos, al conocer de antemano el tema que he elegido, han mostrado cierta perplejidad: como si, por mi parte, se tratara de una elección, digamos, curiosa. En cambio, me parece evidente que ningún tema, hoy en día, interesa tanto a todos los escritores como éste.

    A menos que queramos confundir a los escritores con los literatos: para quienes, como sabemos, el único tema importante es, y siempre ha sido, la literatura; pero entonces debo advertir inmediatamente que, en mi vocabulario habitual, el escritor (que significa ante todo, entre otras cosas, poeta), es lo contrario del literato. De hecho, una de las posibles definiciones correctas de escritor, para mí, sería incluso la siguiente: un hombre al que le importa todo lo que pasa, menos la literatura.

    Entonces, no cabe duda de que el hecho más importante que sucede hoy, y que nadie puede ignorar, es el siguiente: nosotros, los habitantes de las naciones civilizadas del siglo XX, vivimos en la era atómica.

    Y, en realidad, nadie lo ignora: tanto es así que el adjetivo atómico se repite en cada ocasión, incluso en chistes y revistas. Pero, en lo que respecta al significado completo y sustancial del adjetivo, la gente, como suele suceder, se defiende, en su mayor parte, con un (ciertamente perdonable) rechazo del mismo. E incluso aquellos pocos que reconocen la amenaza real que significa, y están angustiados por ello (y por esto, tal vez, son considerados por otros como neuróticos, si no locos) incluso esos pocos, sin embargo, están más preocupados por las consecuencias del fenómeno que por sus, digamos, orígenes biográficos y sus motivos ocultos. (Hablo, huelga decirlo, de los profanos, como supongo que es la mayoría de los presentes). Pocos, en fin, preguntan a su propia conciencia (cuando es quizá ahí donde reside la verdadera "usina atómica": en la propia conciencia): "Pero, ¿por qué un secreto esencial (tal vez el secreto de la naturaleza) ya intuido desde la antigüedad en diferentes lugares y épocas, por pueblos evolucionados y ávidos de conocimiento, ha sido verificado, encontrado físicamente, precisamente y sólo en la época actual?". No basta con responder que, en la gran aventura de la mente, la seducción científica ha sustituido a la imaginativa: aunque tenga el aire de una respuesta, ésta sigue siendo una pregunta, lo que de hecho hace que el problema sea más arduo.

    Pero nadie se detendrá a creer que se trata de un caso; es decir, que esta crisis crucial del mundo humano se ha producido sólo porque, habiendo, en un momento dado, la inteligencia humana, siempre en busca de nuevas aventuras, tomado un camino oscuro entre otros caminos oscuros, sus hechiceros-científicos descubrieron por casualidad el secreto en ese tramo. No: todo el mundo sabe ya que en la historia colectiva (como en la individual) incluso los casos aparentes son, en cambio, casi siempre voluntades inconscientes (que, si se quiere, hasta se podría llamar destino) y, en definitiva, elecciones. Nuestra bomba es la flor, es decir, la expresión natural de nuestra sociedad contemporánea, como los diálogos de Platón lo son de la ciudad griega; el Coliseo de los romanos imperiales; las Madonas de Rafael, del Humanismo italiano; las góndolas, de la nobleza veneciana; la tarantela, de ciertas poblaciones rústicas meridionales; y los campos de exterminio, de la cultura burocrática pequeñoburguesa ya infectada por la rabia del suicidio atómico. No hace falta, por supuesto, explicar que por cultura pequeñoburguesa se entiende la cultura de las actuales clases predominantes, representadas por la burguesía (o espíritu burgués) en todos sus grados. Para concluir, en pocas y, a estas alturas, manidas palabras: se diría que la humanidad contemporánea siente la oculta tentación de desintegrarse.

(...)

    Sin embargo, al mismo tiempo, por fortuna, tengo el honor de pertenecer a la especie de los escritores. Desde que, podría decirse, empecé a hablar, me he aficionado desesperadamente a este arte, o mejor dicho, al arte en general. Y espero no ser demasiado presuntuoso si creo haber aprendido, a través de mi larga experiencia y mi largo trabajo, al menos una cosa: una definición obvia y elemental del arte (o de la poesía, que para mí deben entenderse como sinónimos).

    Aquí está: el arte es lo contrario de la desintegración. ¿Por qué? Sencillamente porque la razón misma del arte, su justificación, su único motivo de presencia y supervivencia, o, si se prefiere, su función, es precisamente ésta: Impedir la desintegración de la conciencia humana, en su cotidiano, y fatigoso, y alienante uso con el mundo; devolverle continuamente, en la irreal, y fragmentaria, y usada confusión de las relaciones externas, la integridad de lo real, o en una palabra, la realidad (pero cuidado con los estafadores, que presentan, bajo esta marca de realidad, falsificaciones artificiales y perecederas). La realidad está eternamente viva, encendida, actual. No puede dañarse ni destruirse, y no decae. En realidad, la muerte no es más que otro movimiento de la vida. Integra, la realidad es la totalidad misma: en su movimiento multiforme y cambiante, inagotable -que nunca se termina de explorar- la realidad es una, siempre una.

    (...) dentro del sistema, no puede haber escritores, en el verdadero sentido del término; sin embargo, hay una serie de personas que escriben, e imprimen libros, y se les puede distinguir llamándoles escritores genéricos. Algunos de ellos son meros instrumentos del sistema: instrumentos, sin embargo, de importancia muy secundaria en comparación con otros, como los científicos de la bomba. Las salas, las oficinas de estos escribas, pueden considerarse sucursales mínimas de los establecimientos nucleares reales.
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Elsa Morante (Roma, 1912-1985) "Pro o contro la bomba atomica", en revista Linea d'ombra año 14 N° 115 (mayo de 1996). Traducción de Nicolás López-Pérez.