lunes, 27 de marzo de 2023

tamara kamenszain / novelas detenidas, poemas que avanzan


    Intimidad, experiencia, escrituras del yo, subjetivación, de-subjetivación son todos conceptos con los que hoy se piensa y desde los que hoy se escribe narrativa. Mientras tanto, la poesía viene enfrentándose, desde sus orígenes, con la implicancia que estos conceptos tienen en su práctica. Hoy, casi a la vuelta de todo un siglo de intensa investigación al respecto, después del giro copernicano que desplazó el foco de la esfera del enunciado para ponerlo sobre la enunciación, nos encontramos, tanto en la poesía como en la narrativa, con una búsqueda que intenta insuflarle vida al adelgazado yo enunciativo del formalismo. Y lo que resulta es una especie de post-yo que, liberado de las disquisiciones acerca de su posición en el texto, se hace presente, irrumpe alegremente, pero ya no a la manera centralista y autoritaria de aquel incuestionado yo autoral, sino en un estado de apertura tal que, salido de sí, confunde sus límites con el mundo que se hace presente en esa operatoria. Así, se podría decir que ahora es la actividad del poema la que hace “del texto entero un yo”. Es decir, que el poema no podría ser considerado ya la resultante estática –ni estética– de un yo y/o de un mundo, sino que yo y mundo confunden ahora sus límites, impulsados por la actividad del poema. Una actividad que no se aloja con exclusividad en el interior de la lengua ni responde al campo acotado del signo, sino que, al caerse por fuera de esos límites, se ve modificada en forma permanente por la vida, la experiencia, la “historicidad” o como se quiera llamar a ese campo de afectos y efectos que no se dejan detener. Entonces, queda claro que en esta actividad afectiva que llamamos poesía habría una subjetivización permanente. Pero esto no quiere decir que el poema pase a depender de un sujeto, sea este lingüístico o psicológico. El poema entero se corresponde ahora con ese sujeto que, así entendido, queda sometido, a su vez, a una permanente actividad desubjetivante que lo descoloca de sus límites identitarios. 

    Es en este punto donde las aventuras de la poesía y las de la narrativa se vuelven a encontrar. Pero ahora es la poesía la que parece necesitar pedirle prestado algo a la narrativa. Es que ese poema-sujeto, en su actividad desbordada, se dispone a expandir su campo de acción y para eso necesita echar mano de recursos que lo conecten con su propia historicidad. Así es como empieza a recurrir a los tiempos pretéritos, aliados indiscutibles de la narrativa. Porque si es cierto que la poesía, aunque esté escrita en pasado, se escribe siempre en presente o, para decirlo en otras palabras, si es cierto que la poesía presentifica el presente, ahora el pretérito vendría a tratar de impedir que el yo quede preso de un presente puramente enunciativo. Con la narrativa actual parece suceder lo contrario: implementando una primera persona que se actualiza en su presente –como se actualizan los blogs, Facebook o Twitter– se busca ponerle freno a aquel narrador tradicional en tercera, caído en un mundo ficcional cuyas fabulaciones dependen unilateralmente del uso del pretérito. Un pretérito estático, lineal y totalmente desentendido de los avatares del presente. 

    Entonces, parece ser que subidos a algo así como un presente del pretérito, narradores y poetas se encuentran hoy caminando el tiempo-espacio de sus historias detenidas o, lo que es lo mismo, de sus poemas que avanzan.

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Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947-2021) Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2018.