lunes, 29 de enero de 2024

gonzalo millán / la poesía no es personal (extractos)


Soy una persona que habla poco, desconfío de la oralidad.

La poesía no es personal en el sentido del individualismo romántico. Para mí, la poesía es impersonal.

Uno es un significante que pasa un significado a una nueva generación, y se acabó el asunto.

Mi primer poema era un poema malo, breve y sentimental. Se lo mostré a mis padres, que gustaban de la poesía, y fue muy bien recibido y celebrado, con una salvedad. El poemita empezaba con el ¡Oh! característico de la lírica tradicional, pero estaba mal escrito, así: ¡Ho! Lo cual lo convertía en una parodia humorística. Debido a ese error, que callé, mi primer poema fue recibido por mis primeros lectores como una trasgresión antipoética.

La poesía tiene esa capacidad terapéutica y regeneradora, en el sentido de que uno no vuelve a esos temas por morbo ni para refocilarse en la desgracia, sino para reconquistar esas zonas que están sumergidas o son tan cenagosas. Son territorios salvajes que han sido inundados y a los cuales la escritura permite acceder.

Creo que ser poeta es ideal, porque te pone en una encrucijada, ser poeta tiene elementos de locura, de santidad, de martirio, de heroísmo revolucionarios o místicos. Es una buena elección (risas).
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Todo poeta o artista vive disociado, muchas veces no sólo disociado sino tironeado de cada pata, de cada brazo, descuartizado.

Los poetas somos unos leprosos.

Se supone que todos los artistas son hijos de Saturno, viven bajo el Sol Negro, como dice la Kristeva en un libro muy lindo sobre la depresión, y ellos sufren la pesadez del plomo, el saturnismo, que es el peso, la gravedad de vivir. Pero, por otro lado, esa misma gravedad estaría muy ligada a la vocación artística y filosófica.

Uno es esa masa amorfa de seres que están en constantes luchas intestinas, librando guerras enormes en la mente, en la psiquis y en el cuerpo. La poesía, sobre todo la de los últimos tiempos, denuncia la fragmentación, la dispersión de sus identidades, la esquizofrenia.

El papel y la tinta son las prótesis del poeta.

La ironía es un antídoto del pathos.


En un primer momento nuestra ambición es que todo sea expresable, que nada se pueda escapar al lenguaje. A partir de esa crisis empecé a valorar precisamente las realidades que el lenguaje no puede tocar, lo irrepresentable.

Se supone que hubo una lengua única que se fragmentó, pero en términos históricos Babel no corresponde a la realidad. El idioma incluso puede haber tenido un origen individual. Cada uno tiene su idiolecto y el idioma se forma a partir de una serie de transacciones con el otro, de común acuerdo.

Yo creo que no sólo tenemos un idiolecto sino que cada uno piensa de una manera intraducible o inexpresable, ve cosas que los demás no ven y es ciego para muchas otras que para los demás son evidentes.


Uno necesita desidentificarse de los roles burgueses que le fueron impuestos. En ese sentido hay que buscar formas de descentrar el sujeto, salirse del guión, desescribirse, desnaturalizarse.

El anagrama es una pieza clave del idioma, allí hay recursos que analizados sicológicamente son muy ricos. El seudónimo, el alias, la chapa, todas son posibilidades de cambiar la identidad, de descubrirse, de desmarcarse.

El lenguaje sirve para desinformar también. Un arte literario que no es consciente de eso corre el riesgo de ser cómplice. Algo importante en la concepción del lenguaje como virus es que la poesía tiene que ir mutando, o sea, la obligación que tiene para resistir es su mutación. Un virus rebelde, para no caer en la retórica que es una entropía lingüística.

El arte tiene como objetivo hacer redescubrir la realidad y no escaparnos de ella.

El aporte de la poesía moderna se da al no estar tan interesada en la belleza, sino en una suerte de verdad, aunque esa verdad sea espantosa.

Desafío muy importante es enfrentarse a la esterilidad, al bloqueo, a la página en blanco. Es un descubrimiento compartido por toda la poesía metapoética. En algún momento ese trayecto desemboca en ese abismo. Esta dedicación a la palabra en el fondo es un pajeo, porque no parece tener efecto en la realidad. Hay una duda acerca de la función de la poesía y del arte frente al poder. Podemos referir eso en el momento en que fue escrito. Pero ahora yo matizaría. Porque han pasado años y tengo una mirada menos escéptica, menos desengañada frente a la poesía. Creo que hay un error de visión, a eso se debe la virulencia del ataque, porque es haber creído en algún momento que el lenguaje tenía esos poderes. Retrospectivamente el gil fue uno. No darse cuenta que el lenguaje es un producto humano que proporciona un poder de creación grandioso, pero que por otro lado es limitado y como medio insuficiente. El lenguaje escrito siempre ha jugado un rol enajenador del individuo por parte de la comunidad.

La poesía tradicional basa su proyecto en la analogía y la metáfora, yo, en cambio, propongo una poesía más constructiva, en la cual no importa que el verso sea extraordinario. Me interesa crear una gran imagen con una suma de elementos

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Gonzalo Millán (Santiago de Chile, 1947-2006) La poesía no es personal. Santiago de Chile: Alquimia, 2012.