Presumo que el fin de mi concepto de poesía es llegado. Que la poesía era para mí una válvula de escape, un medio consolador, una sublimación de lo que no encontraba en el mundo. Hoy he llegado a la identificación de la vida con la poesía. Hoy todos los elementos constitutivos de la poesía, imaginación, sentimiento, armonía, proyectados a una irrealidad simbólica, es decir, ocultadora, tienen libre entrada a mi vida real, contrastados por el acontecimiento, por lo verdadero. Y veo cómo esta mi ciencia poética de la vida no está sino a sus comienzos, siendo sus promesas extraordinariamente fecundas. Hay libre campo para imaginar, sentir, amar con la más apasionada y profunda convicción. La realidad exterior e interior se funden, se complementan, se intercambian, forman una única existencia. Y un hecho real, una creación real, tiene más valor que el infinito absurdo de falsas ideaciones. Porque la poesía es asimismo un elemento de tránsito de la época filosófica, síntoma del desequilibrio de la evolución del espíritu humano hacia la madurez. Gracias a ella el lenguaje ha llegado a sus últimas consecuencias, se ha disgregado, siendo un efecto o concomitancia de la disgregación de la personalidad humana en todas sus fases. Considerando las obras poéticas desde los tiempos más apartados de nuestra historia hasta hoy, se ve desarrollarse el complejo universal, las sucesivas apariencias del yo en sus crecimientos continuos, el flujo y reflujo de los sentimientos íntimos de la colectividad. Hoy quebrada, desmenuzada como el hombre, deja a la desnudez su almendra. Este subjetivismo feroz que en estos últimos tiempos ha adoptado ¿qué es sino el síntoma de la cerrazón en sí mismo del hombre en su crisis mística de crecimiento? Y la desmenuzación de la palabra, del sentimiento, de la personalidad ¿qué es sino el rasgar, hacer añicos el instrumento que le sirvió de escondite, el huevo, el capullo, el cuerpo viejo, que lo mismo impedía ver desde fuera la transformación que se operaba dentro, como desde dentro la verdadera realidad exterior, la realidad con sus atributos de verdad (la filtraba, la hacía espectro), como en el último momento impedía la salida a la realidad completa? Antiguo misterio insondable. Claridad de hoy, claridad meridiana, lindando la más maravillosa conquista.
La poesía, pues, tal como la hemos concebido hasta ahora, está llamada a desaparecer o va desapareciendo, bajando los peldaños del cerebro humano como antes fue subiéndolos, transformándose, vertiéndose todos sus falsos atractivos en el gran mar de la vida, esplendoroso y sin límites. […]
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Juan Larrea (Bilbao, 1895-Córdoba, 1980). Vallejo & Co.