lunes, 31 de octubre de 2022

friedrich hölderlin / señales para la presentación y el lenguaje

    El lenguaje, ¿no es como el conocimiento del que se ha tratado y del que se ha dicho que en él, como unidad, está contenido lo unitario, e inversamente, y que es de triple índole, etc.?

    ¿No tiene que residir para lo uno como para lo otro el más bello momento allí donde reside la auténtica expresión, el lenguaje más espiritual, la más viviente conciencia, allí donde reside el tránsito de una infinidad determinada a una más universal?

    ¿No reside precisamente en esto el firme punto mediante el cual es determinado, para la sucesión del dibujo, su modo de relación y, para las coloraciones locales y la iluminación, su carácter y grado?

    ¿No ha de reducirse todo enjuiciamiento del lenguaje a que se lo examine según LOS CRITERIOS MÁS SEGUROS Y LOS MÁS INFALIBLES QUE SEA POSIBLE acerca de si es el lenguaje una sensación auténtica bellamente descrita?

    Así como el conocimiento presiente el lenguaje, así el lenguaje se acuerda del conocimiento.

    El conocimiento presiente el lenguaje: 1) después de haber sido todavía pura sensación no reflejada de la vida, de la infinitud determinada en la que está contenido; 2) después de haberse repetido en las disonancias del interno reflejar y aspiración y poesía; después de estos vanos intentos de reencontrarse y reproducirse internamente, después de estos callados presentimientos, que necesitan también su tiempo, sale por encima de sí mismo y se reencuentra en la entera infinitud, es decir: mediante el temperamento puro, temperamento sin material, mediante el eco que, de la sensación viviente originaria, consiguió y pudo conseguir, mediante el efecto conjunto de todos los ensayos interiores, mediante esta más alta receptividad divina, se percata y hace dueño de su total vida interior y exterior. Precisamente en este momento, en el que la sensación originaria, viviente, que, purificándose, ha llegado a ser el temperamento puro susceptible de un infinito, en cuanto todo espiritual en el todo viviente, en este instante es cuando puede decirse que el lenguaje es presentido, y, si ahora, como en la sensación originaria, sigue una reflexión, no es ya disolvente y universalizante, dividente y formante, hasta el mero temperamento, sino que restituye al corazón todo lo que le quitó, es arte que da vida, como era antes arte que daba espíritu, y, con un golpe mágico tras otro, hace brotar más bella la vida perdida, hasta que la vida se sienta tan por completo como se sentía originariamente. Y, si el camino y la determinación de la vida en general es formarse, partiendo de la simplicidad originaria, en dirección a la más alta forma, en la que, por esta razón, es presente para el hombre la vida infinita, y en la que él acoge todo, en cuanto es lo más abstracto, tanto más íntimamente, y después, a partir de esta suprema contraposición y unificación de lo viviente y lo espiritual, del sujeto-objeto material y el formal, restituir a lo espiritual la vida, a lo viviente su figura, al hombre su amor y su corazón, y a su mundo la gratitud, y, finalmente, después de cumplidos, presentimiento y esperanza, es decir: cuando ha estado presente en la manifestación aquel punto supremo de la formación, la más alta forma en la más alta vida, y no sólo en sí misma, como en el comienzo de la manifestación propiamente tal, ni en la aspiración, como en el progreso de ella, en el que la manifestación hace surgir del espíritu la vida y de la vida el espíritu, sino allí donde la manifestación ha encontrado la vida originaria en la forma más alta, en que por ambas caras espíritu y vida son lo mismo, y reconoce su hallazgo, lo infinito en lo infinito, tras esta tercera y última consumación, que no es mera simplicidad originaria del corazón y de la vida, en que el hombre se siente ingenuamente como en una infinitud limitada, ni tampoco simplicidad meramente conseguida del espíritu, en que, precisamente, aquella sensación que, purificándose, ha llegado a ser el temperamento formal puro acoge la infinitud toda de la vida (y es ideal), sino espíritu revivificado a partir de la vida infinita, no fortuna, no ideal, sino obra y creación logradas, y sólo puede ser encontrada en la manifestación, y fuera de la manifestación puede sólo ser esperada en el ideal que procede de la sensación originaria determinada, tal como, finalmente, tras esta tercera consumación, donde la infinitud determinada ha sido hasta tal punto provocada a la vida, y la infinitud infinita ha sido hasta tal punto dotada de espíritu, que es una igual a la otra en espíritu y vida, tal como tras esta tercera consumación lo determinado es cada vez más vivificado, lo infinito cada vez más dotado de espíritu, hasta que la originaria sensación acabe como vida igual que en la manifestación empezó como espíritu, y la infinitud, más alta, de la cual ella tomó su vida se espiritualiza tanto como estaba presente en cuanto viviente en la manifestación, — así, pues, si esto parece ser el curso y la determinación del hombre en general, entonces ello mismo es el curso y la determinación de toda poesía, y, tal como en aquel grado de la formación en el que el hombre, salido de la niñez originaria, en contrapuestos ensayos se ha elevado a la forma más alta, el eco puro de la vida primera, y así se siente como espíritu infinito en la vida infinita, tal como el hombre en este grado de la formación toma por primera vez a su cargo propiamente la vida y presiente su actuar y su determinación, así el poeta, en aquel grado en el que, partiendo de una originaria sensación, mediante ensayos contrapuestos se ha elevado al tono, a la más alta forma, la forma pura, de la misma sensación, y se ve, en su entera vida interior y exterior, enteramente compenetrado con este tono, en este grado presiente el poeta su lenguaje y, con él, el verdadero cumplimiento de la actual poesía y, al a vez, de toda poesía.

    Ha sido ya dicho que en este grado entra en juego una nueva reflexión, la cual restituye al corazón todo lo que le ha quitado, la cual es, para el espíritu del poeta y de su venidero poema, arte vivificante, tal como, para la sensación originaria del poeta y de su poema, ha sido arte que da espíritu. El producto de esta reflexión creativa es el lenguaje. En efecto, en tanto que el poeta se siente en su entera vida interior y exterior compenetrado con el tono puro de su sensación originaria, y mira a su alrededor en su mundo, en tal medida le es éste nuevo y desconocido, la suma de todas sus experiencias, de su saber, de su intuir, de su pensar, el arte y la naturaleza, tal como se presentan en él y fuera de él, todo le es presente como si fuese la primera vez y, por ello mismo, incomprendido, indeterminado, disuelto en puro material y vida, y es importante ante todo que él en ese instante no acepta nada como dado, no parte de nada positivo, que la naturaleza y el arte, tal como las ha conocido y los ve, no hablan antes de que haya para él un lenguaje, es decir: antes de que lo ahora desconocido e innombrado llegue a ser, en su mundo, para él conocido y dotado de nombre por el hecho de que ello ha sido comparado con el temperamento de él y ha sido encontrado acorde, porque, si antes sobre la reflexión sobre el material infinito y la forma infinita hubiese para él algún lenguaje de la naturaleza y del arte en figura determinada, entonces el poeta, en esa medida, no estaría dentro de su círculo de efectos, se saldría de su creación, y, al no ser su lenguaje, al no ser producto procedente de su vida y de su espíritu, sino ser presente como lenguaje del arte, tan pronto como me es presente en una figura determinada, el lenguaje de la naturaleza o del arte todo modus exprimendi de la una o del otro, sería primero, sería ya de antemano un acto determinante de la reflexión creativa del artista, acto que consistiría en que el poeta haya tomado de su mundo, la suma de su vida externa e interna, que es en mayor o menor medida también la mía, el material para designar los tonos de su espíritu, para hacer surgir de su temperamento, mediante este signo emparentado, la vida que se encuentra en el fondo; en que, por lo tanto, el poeta, en la medida en que me nombra este signo, toma de mi mundo el material, me da motivo para transferir este material al signo, en lo cual, entonces, la diferencia importante entre mí, como determinado, y él, como determinante, es que él, en tanto que se hace entendible y captable, avanza a partir del temperamento carente de vida, inmaterial, por ello menos contraponible y más carente de conciencia, precisamente porque él lo explica: 1) en su infinitud de la concordancia, mediante una totalidad, relativa según la forma como según la materia, de material emparentado, u mediante un mundo idealmente cambiante; 2) en su determinatez y auténtica finitud, mediante la presentación y enumeración de su material propio; 3) en su tendencia, en su universalidad en lo particular, mediante el contraste de su material propio con el material infinito; 4) en su medida, en la bella determinatez y unidad y firmeza de su concordancia infinita, en su infinita identidad e individualidad y su porte, en su prosa poética de un momento que delimita todo, al cual se refieren y en el cual se reúnen, negativamente y por ello expresamente y sensiblemente, todas las piezas mencionadas; explica, en efecto, la forma infinita con el material infinito por el hecho de que mediante aquel momento la forma infinita adopta una configuración —el cambio de lo más débil y lo más fuerte—, el material infinito adopta una eufonía —un cambio de lo más luminoso y lo menos sonoro—, y ambos, negativamente, se unifican en la lentitud y velocidad, finalmente en la detención del movimiento, siempre mediante este momento y la actividad que yace en el fondo de él, la bella reflexión infinita que en la constante limitación es a la vez relacionante y unificante.

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Friedrich Hölderlin (Lauffen am Neckar, 1770-Tubinga, 1843) Traducción de Felipe Martínez Marzoa. Vomité un Conejito.