lunes, 14 de noviembre de 2022

agustina bessa-luís / poesía


    La poesía, no creo que sea ese estado nervioso tan enfermizo y agitado. A algunos poetas parece que les arrancan los dientes o deliran en una meditación asombrosa con cosas que nos describen el amor y la muerte, pero no sabemos si se les parecen. La poesía, voy deciros qué es: yo tenía una abuela viejísima, de casi cien años, que había perdido ya la memoria del presente. No reconocía a las hijas, que no la dejaban nunca sola y le servían continuamente. No reconocía los lugares de la casa, la puerta chapeada de zinc que abría hacia el camino, la otra puerta pequeña que abría hacia la quinta. Pero, a veces (me fijo en una o dos en que asistí a eso), se quedaba atenta a la lluvia que caía, y ordenaba, levantando la mano tan blanca y ociosa, ella que había trabajado tanto amasando la harina y había cargado tantos montones de verduras y de frijoles, y había cargado al pecho a los hijos también. Dijo, mirando por la ventana la era inundada: «Ahí viene tu padre y no tiene abrigo. Llévale un abrigo para que la lluvia no le moje.» Era una escena que ella reproducía fielmente pasados más de cuarenta años, y eso era poesía.

    La mejor impresión que la poesía nos puede dar es esta: quedarse con el corazón vagabundo, dejando que el moscardón estalle en la ventana las alas gordas, y no darse cuenta, como un perro sordo.

***
Agustina Bessa-Luís (Amarante, 1922-Oporto, 2019). Dicionario imperfeito. Lisboa: Guimarães editores, 2008. Traducción de Raquel Madrigal Martínez