(1) No me arrepiento de esas orgías de libros. Me siento como en la época de la expansión para Masa y poder. También entonces todo sucedió por aventuras con los libros. En Viena, cuando no tenía dinero, gastaba todo lo que no tenía en libros. En Londres, en los peores momentos, conseguía contra viento y marea, comprar de vez en cuando libros. Nunca he aprendido nada sistemáticamente, como otra gente, sino por excitaciones súbitas. Siempre empezaban con que mi mirada caía sobre algo que tenía que poseer fuera como fuera. El gesto de coger, la alegría de tirar el dinero por la ventana, el transportarlo a casa o al local más próximo, el contemplar, acariciar, hojear, el guardarlo durante años, el momento de un nuevo descubrimiento cuando las cosas se ponían serias-todo eso es parte de un proceso creativo cuyos detalles secretos desconozco. Pero en mi caso nada sucede de otro modo, y por lo tanto tendré que comprar libros hasta el último instante de mi vida, sobre todo cuando sé con seguridad que nunca los leeré.
Creo que es también parte de la rebeldía contra la muerte. Nunca quiero saber qué libros entre esos se quedarán sin leer. Hasta el final no está determinado cuáles van a ser. Tengo libertad de elección, puedo elegir en cualquier momento entre todos los libros a mi alrededor, y por ello tengo en mi mano el curso de la vida. [Fechado 1973].
(2) En la adversidad se leía mejor, era lo único que se tenía.
(3) Que nadie hasta ahora haya firmado con el diablo un pacto para la lectura: “¡Todavía he de leer tanto!”
(4) No puedo negar que me duele no ocuparme de los libros, tengo un sentimiento físico por ellos, de vez en cuando me sorprendo en diálogos de despedida con ellos. En los últimos tiempos han venido a añadirse libros completamente nuevos y valiosos, y la idea de que los he leído tan poco, casi nada, me da fuerzas. Con la mayor desenvoltura me digo en voz alta que estos libros aún sin tocar no dejarán que me vaya, y quizá es ésta su función y ya ni siquiera espero que llegue a leerlos. Una especie de penoso autoengaño se esconde en este asunto, por primera vez en mi vida tengo la sensación de utilizar los libros para un fin impreciso, y que se trate de un fin comprensible y, a la postre, nada mezquino, no arregla las cosas. Me duele pensar que los libros caerán en manos ajenas o que incluso se venderán, me gustaría que permanecieran donde están ahora y que yo pudiera visitarlos de ven en cuando sin ser visto, como un fantasma.
(5) Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos.
(6) Me acuerdo de Mazarino que se despedía de sus obras de arte, cuando creía estar a solas con ellas. ¡Qué comparación! Me puedo consolar de no ser Mazarino; pero no puedo admitir que mis libros no estén a la altura de los cuadros que hoy forman la mejor parte del museo del Louvre. Entre mis libros se encuentran los tesoros más increíbles, y además he vivido con ellos.
(7) Hay libros que tenemos a nuestro lado veinte años sin leerlos, libros de los que no nos alejamos, que llevamos de una ciudad a otra, de un país a otro, cuidadosamente empaquetados, aunque haya muy poco sitio, y que tal vez hojeamos en el momento de sacarlos de la maleta; sin embargo, nos guardamos muy bien de leer aunque sólo sea una frase completa. Luego, al cabo de veinte años, llega un momento en el que, de repente, como si estuviéramos bajo la presión de un imperativo superior, no podemos hacer otra cosa que coger un libro de estos y leerlo de un tirón, de cabo a rabo: este libro actúa como una revelación. En aquel momento sabemos por qué le hemos hecho tanto caso. Tenía que ocupar sitio; tenía que ser una carga, y ahora ha llegado a la meta de su viaje; ahora levanta su vuelo; ahora ilumina los veinte años transcurridos en los que ha vivido mudo a nuestro lado. No hubiera podido decir tantas cosas si no hubiera estado mudo durante este tiempo, y qué imbécil se atrevería a afirmar que en el libro hubo siempre lo mismo. [Fechado 1943].
(8) Quemó todos sus libros y, como un ermitaño, se retiró a una biblioteca pública. [Fechado 1949].
(9) Lee para conservar la razón, para seguir comprendiéndose a sí mismo. De no ser así… ¿adónde habría ido a parar, de no ser así? Los libros que tiene en la mano, que observa, abre, lee, son su lastre. Se agarra a ellos con toda la fuerza de un desdichado a quien un tornado se lo va a llevar. Sin los libros viviría, sin duda, con más intensidad, pero ¿dónde estaría? No sabría dónde está, no se orientaría. Para él los libros son brújula, memoria, calendario, geografía. [Fechado 1953].
(10) «La riqueza de un hombre se medía por el número de sus libros y el de los caballos que tenía en la cuadra» (Timbuktu, hacia 1500). [Fechado 1958].
(11) Sin libros las alegrías se pudren. [Fechado 1960].
(12) ¿Se vengarán los libros no leídos? Si él no les hace caso, ¿se negarán a acompañarle al fin de su vida? ¿Se precipitarán sobre los libros hartos, leídos de muchas maneras y los romperán en mil pedazos? [Fechado 1971].
(13) Los libros malos, en su infierno, los sirven demonios bromistas. [Fechado 1972].
(14) El ademán del saber: uno saca un libro de la biblioteca va abriendo rápidamente por distintos pasajes y a todos tiene algo que decir. El otro, que no puede seguir todos estos saltos, se queda asombrado y le envidia. [Fechado 1968].
(15) La característica inequívoca de un gran libro: que al leerlo uno se avergüenza de haber escrito alguna vez una línea; no obstante, no tiene más remedio que escribir, aun en contra de su voluntad y además como si no hubiera escrito jamás una línea [Fechado 1953].
(16) El leído. A B., no le queda tiempo para esfuerzos. No le gusta trabajar. No le gusta estudiar. Es curioso y por eso de vez en cuando lee un libro. Pero tiene que estar escrito de un modo muy sencillo, con frases sencillas, cortas, directas. No debe contener palabras rebuscadas, y por supuesto todo deben ser oraciones simples. No debe tropezar en nada, todo tiene que entrarle fácilmente, sin necesidad de reflexionar. Lo mejor sería que, con la vista, pudiera abarcar de golpe una página entera. En realidad B. está buscando páginas así. Abre un libro por alguna parte, hacia atrás, hacia delante o por la mitad, y mira una página. La página se defiende. No le gusta entregarse al primer envite. Quiere que uno esté con ella veinte o treinta segundos. Ella lo toma como modestia; él es de otra opinión. Su resistencia le molesta; da la vuelta a la página y, si todavía no está demasiado enfadado, hinca el diente en la página siguiente. Las más de las veces ocurre que se repite la misma experiencia. Esto para él es demasiado, y, con creciente indignación, deja esa parte del libro. La castiga, abriendo por otro pasaje, cien páginas más adelante o más atrás. No deja que se le imponga ninguna página y lee donde le parece. De esta manera va dando saltos por el libro de un lado para otro. Como tiene su manera de tratar los libros, no es de extrañar que se vea a sí mismo como un conocedor más experto que todos estos honrados plebeyos que leen los libros una página tras otra. Realmente, de esta manera llega a tener una idea propia de un libro. Si éste más o menos le dice algo, llega a conocer pasajes de diez o quince páginas, pasajes formados por páginas tomadas de las partes más diversas del libro y siempre en un orden insólito. [Fechado 1958].
(17) De vez en cuando tiene ánimos para salir con sus originales ideas y dejar pasmados a los que le conocen. Con un loco más de método podría llegar a conseguir reputación de espíritu voluntarioso y obstinado. Le bastaría con hacer esto con un poco más de asiduidad, coger un libro al mes, digamos. Para él, naturalmente, es demasiado, y la cosa se queda en dos o tres libros al año. Pero hay además otro obstáculo que no debe silenciarse. Carece totalmente de originalidad en el momento de seleccionar los libros. Sólo le interesan aquellos de los que todo el mundo habla. Primero tienen que haber dado su veredicto unánime todos los críticos reputados de todos los periódicos reputados; primero tiene que ocurrir que este veredicto sea tal que todo el mundo coja este libro y que todo bicho viviente sepa de él; que el nombre del autor se oiga con tanta frecuencia que en cierto modo sea de buen tono conocerlo; luego, y no antes se siente tentado a empezar a hojear.
Pero no empieza enseguida. Va a su librería, que está en la calle más elegante de Londres, donde las duquesas hacen sus compras. Conoce bien al dueño. Él es uno de sus mejores clientes. De vez en cuando, el librero, por su cuenta, le manda un libro que podría, interesarle, y aunque ya lo tenga, jamás se lo devuelve. Sin embargo, y sobre todo desde que vive en el mundo del espíritu, prefiere informarse personalmente en la librería. Se hace enseñar este o aquel libro; rechaza éste o aquél con ademán aburrido, sin mirar, y luego, con gesto triunfante, pide el libro del que desde hace quince días habla todo el mundo. Dice el título de un modo aproximado, el nombre del autor no lo sabe bien; no hay que rendir excesivo culto a este tipo de celebridades de todos los días que no pueden gloriarse de generaciones de antepasados. Las más de las veces este libro estaba ya entre los que el librero le había enseñado y que él, de un modo arrogante, había rechazado. Hace falta tener tacto para que no se dé cuenta, porque sabe lo que quiere y quiere que la gente lo note.
Entonces, de un modo negligente y despreocupado, coge el libro bajo el brazo y lo echa en el asiento de su Bently. En casa, en una habitación suntuosa, enorme, en cuyas paredes cuelgan los cuadros de sus antepasados, coloca el libro sobre una gran mesa ovalada en la que, como en un escaparate, se encuentran los libros del mes anterior, los que merecieron especial favor a los ojos de los críticos. Allí está este libro, al lado de sus semejantes, y jamás hay otra cosa. Todo es nuevo y reluciente, y a alguien podría parecerle muy fuera de lugar la nueva edición de una obra antigua que, gracias a los buenos oficios de los suplementos dominicales, ha ido a parar allí. De esta forma ha conseguido poner los libros que están de moda en medio de sus antepasados. Ellos no pudieron saber lo que él tiene aquí; es lo único que en su presencia tiene él y es lo único en lo que les aventaja.
Ahora es cuando puede hacer su selección de entre las obras maestras de la vida moderna. Es capaz de entusiasmarse, pero no es amigo de alabar lo que no le gusta de verdad; porque en sus juicios pone también sinceridad y honradez. En un momento dado, coge el libro que ha adquirido. Lo hace con gran rapidez, como todo lo que hace, con el movimiento decidido de un ave de rapiña. Para empezar, los libros que tienen frases subordinadas quedan excluidos. Para esto tiene una vista de lince y no conoce compasión alguna. Pero depende también un poco del tema. Todo lo que no tenga que ver con él le parece falso. Quiere la verdad; a los autores embusteros los desenmascara rápidamente.
A veces se encuentra con autores que le penetran con la mirada. Si lo hacen de un modo ágil le impresiona. Pero al final acaba buscando una página que se le entregue al primer envite. Si el tema de esta página es él, y si la primera página que abre la capta a la primera ojeada, ya no necesita seguir leyendo. Ha descubierto una obra maestra, su obra maestra, y a partir de este momento lo dirá a todo el mundo. [Fechado 1958].
(18) He montado una biblioteca para trescientos años y más, y todo lo que necesito ahora son esos años. [Fechado 1964].
(19) No puedo renunciar a la vivienda en Thurlow Road. Aunque no esté nunca allí, tengo que saber que puedo estarlo.
Se encuentra un tanto abandonada y no es bonita. Miles de libros se acumulan allí, los leo como si los fuese a perder pronto y luego me asombra reencontrarlos. Una biblioteca que no se utiliza durante semanas y en ocasiones durante meses lo espera a uno con una fuerza terrible. Me sorprende salir de allí con vida. No obstante, es de esperar que algún día me maten de un golpe, sean los libros, sea alguien que en mí se venga de ellos. [Fechado 1979].
(20) ¿Qué haré si me dicen: no tiene usted nada? Llamaré a Veza, después iré a pasear un rato por el centro de la ciudad y tal vez me compraré unos libros. Porque sin comprar libros no existe ninguna emoción para mí, es como para otros el beber. Luego, esta misma noche me pondré a escribir como un poseso y produciré un determinado número de páginas diarias, un número que no podrá ser pequeño, cinco como mínimo.
¿Qué haré si el médico me dice: usted tiene cáncer? Llamaré a Veza y le diré lo mismo que en el caso anterior. Tal vez con un tono más alegre para convencerla mejor. En vez de ir a pasear me sentaré en un café y mantendré un soliloquio. No me compraré más libros. Al atardecer, antes de que se haga de noche, me pondré a trabajar, a escribir. Produciré como mínimo diez páginas diarias. En tres meses una novela inmensa estará acabada. Entretanto viajaré a París para hablar con mi hermano. En verano viajaré con Veza. Quiero ir a París y a Zúrich, a Múnich y a Viena. Por fin viviré como siempre tendría que haber vivido, en un estado de actividad febril, y aunque sólo me quede un año de vida, dejaré la novela más grande de nuestra época de la cual no existe aún ni una sola palabra, y muchas cosas más. [Fechado 1960].
(21) La mayor pérdida de Usama, un caballero árabe de la época de las cruzadas: su biblioteca de 4.000 volúmenes.
«¡Cuatro mil tomos, escritos valiosísimos! ¡Mientras viva, su pérdida seguirá siendo una herida en mi corazón.»
(22) En mí la lectura se propaga mediante la lectura, jamás obedezco a estímulos externos, o sólo después de mucho tiempo. Deseo descubrir lo que leo. El que me recomienda un libro me lo quita de las manos, el que lo alaba, me priva de su lectura durante años. Sólo confío en los espíritus que realmente venero. Ellos pueden recomendarme cualquier cosa para despertar mi curiosidad, basta con que citen algo en un libro. Pero sobre lo que otros citan con sus ligeras lenguas pesa una especie de maldición muy eficaz. Por eso he tenido dificultades en dar con los grandes libros, ya que lo realmente grande ha pasado a ser objeto de un culto generalizado. La gente va proclamándolos, como los nombres de sus héroes, y al llenarse la boca con ellos —desean saciarse— arruinan lo que me resultaría tan importante conocer.
(23) En la vejez se comentan los grandes libros. Son los mismos que de jóvenes quisimos romper en pedazos. Como no lo logramos, lo intentamos de nuevo. Luego los dejamos a un lado. Los olvidamos. Y ahora vuelven a surgir. Los años de olvido nos han hecho merecedores de ellos. Contemplamos sus excelencias. Les hablamos. Ahora, pensamos, habría que comenzar una nueva vida para poder entender uno solo.
(24) Uno tendría en sí mismo material suficiente para veinte libros, si no le resultara demasiado aburrido mostrarlo todo. [Fechado 1992].
(25) [Refiriéndose a Franz Steiner]. Uno de los dos, él o yo, sorprendía gustoso al otro con algún libro que llevaba largo tiempo buscando, pero aún no conocía. Y aquello acabó convirtiéndose en una competencia de la que ya no podíamos prescindir. Las librerías de los alrededores del Museo Británico eran inagotables, y buscando libros de viejo pasábamos no menos tiempo que enfrascados en nuestras conversaciones.
Entre todos esos días de búsqueda hubo uno en el que pude mostrarle Specimens of Bushman Folklore de Bleek y Lloyd, una de las joyas de la literatura universal, sin la que no querría seguir viviendo. Yo acababa de descubrirlo antes de que nos encontrásemos en el club, y él no podía creerlo; se lo di y se puso a hojearlo con manos literalmente temblorosas, felicitándome como se felicita a alguien por algún acontecimiento crucial en su vida.
Pero también había momentos de generosidad, en los que uno le regalaba al otro algún libro del que había encontrado un segundo ejemplar además del propio. [Fechado 1992].
(26) No deberá ser el último libro. No quieres un canto del cisne.
No quieres morir en absoluto ni, en modo alguno, resignado. [Fechado 1992].
(27) Demasiada alabanza. Demasiado agradecimiento. En la relectura te subyugan libros que tienes en tu casa hace cincuenta años. [Fechado 1992].
(28) Pasa por indecente desde que uno de sus libros es leído. Pero eso no lo incomoda, y él vuelve a escribirlo. [Fechado 1993].
(29) Los antiguos libros de viajes, ¡cómo suenan cada vez más inverosímiles, más fantásticos, más espléndidos!
Ya no podrá haberlos nunca más. Son cada vez más únicos e incomparables, pero todos se pueden leer juntos, una y otra vez, mientras se van desplegando ante uno. Van creciendo, cada cual por separado, hasta convertirse en un único viaje.
¿Habremos perecido con él, con ellos? [Fechado 1993].
Fuentes:
N° 1 al 5: Apuntes 1973-1984. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2000. El N° 1 también se publicó en El libro contra la muerte.
N° 6: La orgía de libros. Apuntes sueltos 1973-1984. Traducción de José María Pérez Gay. En Nexos, 1 julio 2000. https://www.nexos.com.mx/?p=9693
N° 7 al 17: La provincia del hombre. Carnet de notas 1942-1972. Madrid, Taurus Ediciones, 1982.
N° 18 al 20: El libro contra la muerte. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2017 (edición digital).
N° 21 al 23: El suplicio de las moscas. Madrid, Anaya y Mario Muchnik, 1994.
N° 24 al 29: Apuntes 1992-1993. Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1997.