lunes, 20 de septiembre de 2021

anne waldman / feminafesto


    ¿Qué tan diferentes son los tiempos de hoy para las escritoras? – te preguntas. Mujeres cualquier cosa. ¡Mujeres científicas! ¡Mujeres budistas! Mi madre sufrió por su creatividad una escasa generación delante de mí. No tuvo un “cuarto propio”. Sus hijos fueron su trabajo. Solo en los años sesenta tuvo la confianza —con el apoyo de su hija, otras mujeres y el editor de poesía Leandro Katz— para publicar sus traducciones del francés de Cesar Moro y del griego de Angelos Sikelianos. Murió una década más tarde, interpretando el “espíritu de heroína” en una producción fuera del circuito de Broadway, basada en “El almuerzo desnudo” de Burroughs. En ese entonces, ella era, para mí, una personificación de la “bruja” que se liberó de las cadenas de la mera expectativa, pudiendo manifestarse más allá de ser “chica”, “esposa” y “madre”. Hasta cierto punto había dejado de moderarse a sí misma frente a un mundo heterosexista. Me dijo: “joven, no dejes que los hombres te toquen hasta que te pruebes a ti misma”. ¿Qué quiso decirme? ¿Probarle algo a ella? ¿A ellos? Una carga que aún llevo. ¿Acaso la sexualidad de una mujer y su trabajo están diametralmente en desacuerdo? ¿No puede ser “fácil” y respetable para alguien hacer cualquier cosa que quiera? El trabajo era hierático, en cierto sentido, intocable, pero esos pobres tipos estaban confundidos y no podían aguantar una mujer pensando. ¿O podía ser dejada de lado y mis verdaderas pasiones de escritura y estudio “religioso” marginadas? ¿Ese amor sería mi perdición en lugar de ser musa? Y yo, entonces joven, quise vivir incluso la fantasía de la monja erudita en una torre de marfil cómoda aunque modesta, lejos de las tentaciones seculares y sexuales. El cuidado del marido (“la manera más rápida de llegar a su corazón es a través de su estómago”) y los niños. Mi madre dijo, cuando me casé por primera vez: “Te juro que si te veo empujando un cochecito de bebé dentro de unos meses, juro que vendré y te dispararé”. Tenía una gran ambición por mí y tenía razón en preocuparse. Porque yo era y todavía soy, como dicen ellos, una romántica incurable. Pero poco de eso tiene que ver con tener una familia. ¿”Un hombre necesita una nana”? Nunca prometí felicidad doméstica.

    Y sin embargo, mi padre era una especie de figura heroica, sobrevivió a la guerra, regresó a casa desde Alemania, sobrio por su experiencia trayendo botín: bayonetas nazi, medallas, imágenes inquietantes. Era sensible, alfabetizado, ex “pianista” bohemio, un novelista frustrado. Como pareja, ambos se habían casado anteriormente y mi madre tenía un hijo. Eran optimistas sobre la construcción de algún tipo de cenizas, fragmentos de guerra, depresión, prohibición. Las cosas deben haber parecido más brillantes. Fue a la escuela gracias al G.I. Bill y siguió el camino de un doctorado en la Universidad de Columbia. Mi madre había abandonado la universidad y quería estudiar pintura. Fue a Provincetown, una comunidad artística marcadamente alternativa. Luego a los 19 años se casó con el hijo del famoso poeta griego Sikelianos y acto seguido, zarpo hacia Grecia por una década. Estaba cerca de su suegra, Eva Palmer, joya de Maine, libertaria, que usaba las prendas que ella misma se tejía al estilo griego clásico y que mantuvo su cabello rojo largo. Había estado cerca de Nathalie Barney en París y era parte de ese grupo exótico de artistas y poetas lesbianas y bisexuales que no estaban satisfechos con las expectativas en su país y que vivían en un exilio ritual autoimpuesto. Gertrude Stein fue otra. Mi madre conoció a Isadora Duncan en Grecia. Después de poco más de una década, ese capítulo de su vida estaba “cerrado”. El divorcio, la guerra, de regreso a Provincetown maduró, conoció a mi padre en una fiesta de Isamu Noguchi. Vivía al lado de John Dos Passos. Se enamoraron. Un segundo matrimonio. No es que él la detuviera exactamente. Era una condición para estar en los tiempos. Y te fusionas con el hombre en una imitación de la iluminación. Unirse al “otro”, unirse a la “luz”, ¿qué tan cerca se puede llegar?

    Todos mis profesores en los años de básica eran varones. Recuerdo especialmente al Sr. Grief en la PS 8, nuestro profesor de poesía, que sostenía a las estudiantes por el cuello y las doblaba por la ventana. “El señor Grief nos trae el dolor” era el canto común como “Rose es una rosa es una rosa”. Era claramente desdeñoso de “las chicas”. Eran seres menores. El profesor de secundaria Jon Beck Shank era alegre, una bendición, cuyas declamaciones de poesía clásica y moderna nunca olvidaré, ni su simpatía con la referencia “las chicas”. ¿Porque también éramos blandas con la poesía? Mis profesores varones en la universidad nos consideraron diletantes. Siempre estaba necesidad persistente de probarse a uno mismo. Ponte seria. Falta a clase. Escribe un poema. Uno de mis mentores, Howard Nemerov, me dijo: “Eres una campesina y una reina”.

    ¿Qué significaba eso? Más categorías de definición en un mundo heterosexista. Cuando fui a conocer a mi primer maestro budista, el lama mongol Geshe Wangyal, a los 18 años, mi novio me suplicó que me quitara el labial, ¡por favor, es irrespetuoso! Y un esposo podía acusar: Eres como todos los poetas varones. ¡Al igual que Robert Creeley! Viajando por el mundo dejando hogar y hogar, abandonando niños, hablando con otros poetas hasta altas horas de la madrugada. Dios mío,  ¿cómo podría confiar en ti? ¿Y cómo podría él? Yo quería desesperadamente este otro camino. Poeta, outrider, mujer libre. ¡Podría celebrar con los cabros! ¡Podría “beber como un hombre”! ¡Podría “hablar como un hombre”! Por supuesto, siempre me identifiqué con los protagonistas masculinos en las novelas que leía vorazmente cuando era niña. Era la lectora constante. Y tenía hambre de su aventura. Quería estar justo dentro del mundo de Balzac, pasar el rato con actrices y dandis, retorcerme en intrigas mortales de amor y crítica. Seguiría, “viviría” el viaje de Siddhartha a través de las palabras de Hermann Hesse. Tuve una caja de disfraces exóticos. Disfraces favoritos: Robin Hood, Prince Harming, Annie Oakley, sacerdote. Interpreté a un personaje llamado Tommy Joe y a Puck el “feliz vagabundo de la noche” de Shakespeare en una escuela antes de que me crecieran los dolorosos senos. Años más tarde, quise interpretar primero Hamlet y luego el Rey Lear. Me vi a mí misma como Puer, aventurero picaresco, viajero con ropa de niño, entrando al templo hindú en Puri, estrictamente prohibido para las mujeres. O haciendo el largo Hajj, la peregrinación a La Meca. ¿Tienes que estar circunscrito? ¿Realmente tienes que estar circuncidado? Las mujeres son consideradas “sebel”, impuras, en Bali. Está prohibido ingresar a los templos si estás menstruando. Llevas el chador que cubre todo menos los ojos, pero incluso éstos deben bajarse y evitarse en las estrechas calles árabes. Tu poder, tu desnudez haría que los hombres se volvieran locos, cometieran actos terribles e indescriptibles. ¡Cambiaría el mundo! Lo pintaría escarlata. Tomaría y restablecería la noche, un viejo control. Echa un vistazo a las leyes levitas en la Biblia, la destrucción de los templos de la diosa Astoreth. Tu pasión se volvería loca, causaría disturbios. ¡Tus orgasmos múltiples, tus océanos de felicidad, tu “leche” inundarían el mundo!

    Cuando llegué al poder como escritora — y creo que esto también tenía que ver con ser madre también, podía decir cosas escandalosas—, podía proclamar mi “desprendimiento de endometrio”. Podía manifestar la “grieta en el mundo”. A viva voz, dije: “Ustedes, hombres que salieron de mi vientre, de mi mundo, ¡ATRÁS!” Literalmente pude pisotear y “caminar en la periferia del mundo”. Pude, como lo hizo la Inanna sumeria, intoxicar a los poetas varones (mis padres) con alcohol, metedrona, éxtasis; encantarlos con mi ingenio, mi piedad y luego, robar sus secretos. Podría nombrar a todas las mujeres que han sido eso, para ser. Eche un vistazo perspicaz a las antologías progresistas de la poesía, ¿todavía tenemos que contar a los hombres versus las mujeres? ¿Y el canon es una causa perdida o quizás el campo de batalla? Miren la escasez de mujeres en cualquier institución, sagrada o secular. Sigue contando: ¿cuántos rosados a tantos azules? ¿Es el lenguaje falocéntrico? ¿Escribir es un acto político? ¿Escritoras, estoy hablando para sentirme marginada? ¿Están de acuerdo, casi tendrían que estarlo, queridas hermanas académicas, que las experiencias de las mujeres en y con la literatura son diferentes a las de los hombres? Muchas críticas feministas se han centrado en la misoginia de la práctica literaria (signos como ángeles o monstruos, madres o monjas, hijas o prostitutas), el acoso a las mujeres en la literatura y el texto masculino clásico y popular. Lo sabes: Kerouac, Mailer, Henry Miller, Homero, la Biblia, el Corán, el Vinaya, etcétera. Pero me gustaría declarar aquí una poética ilustrada, una poética andrógina, una poética definida por su energía originaria, no por un mundo heterosexista que deba medir cada palabra, actuando contra sí mismo. No por una norma que asume una posición dominante subordinando, maltratando, excluyendo cualquier otra posibilidad. De hecho, podrías ser un hombre con una conciencia “lesbiana” en ti, una mujer con una conciencia “gay” dentro. Propongo un campo creativo utópico donde nos definamos por nuestra energía, no por el género. Propongo una literatura transexual, una literatura hermafrodita, una literatura travesti y, finalmente, una poética de transformación más allá del género. Esa que solo canta su sabiduría. En que el cuerpo sea una extensión de la energía, de forma que no seamos definidos por nuestras posiciones sexuales como hombres o mujeres en la cama o en la página. En que la página no sea una hembra vacía en espera de la penetración por la tinta fálica y oscura. En que las energías masculinas y femeninas se comprendan tal vez en el sentido budista de Prajna y Upaya, esto es, la sabiduría y las habilidades, que existen en todos los seres sintientes. En que estas energías coexisten y son esenciales la una para con la otra. Esa poesía se percibe como una especie de siddhi o logro mágico que comprende estas energías fundamentales.

    Quizás las mujeres, en este momento, tienen la ventaja de producir un tipo de escritura radicalmente disruptiva y subversiva, porque están experimentando los desequilibrios y contradicciones actuales que las llevan a ello. Están recurriendo a medios hábiles para descubrir cómo combatir los asaltos a su inteligencia y tiempo. Desean explorar y bailar con todo lo que no está reconocido, mudo y controvertido en la cultura para poder subvertir los sistemas existentes que reprimen y malinterpretan la “diferencia” femenina. Abordarán temas de censura, aborto y acoso sexual. Desafiarán a sus padres, sus esposos, compañeros varones, maestros espirituales. Pondrán el cuerpo del lenguaje al revés, ¿qué les parece?

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Anne Waldman (Millville, 1945) Original en: Lion's Roar, 1° de mayo de 1998. Traducción de Nicolás López-Pérez, previamente publicada en Revista Litost.