lunes, 21 de marzo de 2022

adam zagajewski / la poesía y la duda


    La poesía y la duda se necesitan recíprocamente, coexisten como el roble y la hiedra, el perro y el gato. Pero su unión no es ni armónica ni simétrica. La poesía necesita la duda mucho más que la duda a la poesía. Gracias a la duda la poesía se purifica de la insinceridad retórica, de la palabrería, de la falsedad, de la logorrea juvenil y de la euforia vacía (que no de la verdadera). Sin la mirada severa de la duda, la poesía—sobre todo en nuestros tiempos lóbregos —podría degenerar en una canción sentimental, un canto exaltado pero estulto o una alabanza irreflexiva de cualquier forma del mundo.

    Con la duda no pasa lo mismo. La duda rehúye la compañía de la poesía; la poesía es para ella un adversario peligroso. Diré más: una amenaza mortal. La poesía, incluso la trágica y oscura, siempre se eleva por encima de la duda y la aniquila, le quita la razón de ser. La duda enriquece y dramatiza la poesía, pero la poesía anula la duda o por lo menos la debilita tanto que los escépticos pierden la cabeza y cierran la boca o bien se convierten en artistas.

    La duda es más inteligente que la poesía, ya que nos dice algo malicioso sobre el mundo, algo que sabíamos desde siempre, pero que no queríamos ver; pero la poesía excede los límites de la inteligencia, señalándonos lo que no podemos saber.

    La duda es narcisista: lo contemplamos todo críticamente, incluso a nosotros mismos, y tal vez nos sintamos aliviados. En cambio, la poesía da muestras de confianza en el mundo, nos saca con fuerza de la escafandra demasiado estrecha del yo, cree en la posibilidad de que la belleza exista y en su dimensión trágica.

    La controversia entre la poesía y la duda no tiene nada que ver con el debate superficial entre el optimismo y el pesimismo.

    El gran drama del siglo XX creó dos tipos de mentalidad: la resignada y la inquisidora. La duda es la poesía de los resignados. En cambio, la poesía es una búsqueda y un interminable peregrinaje.

    La duda es un túnel; la poesía, una espiral.

    El gesto preferido de la duda es el de cerrar, y el de la poesía, el de abrir.

    La poesía ríe y llora; la duda ironiza.

    La duda es la embajadora plenipotenciaria de la muerte y su sombra más larga y más graciosa; la poesía corre hacia un fin desconocido.

    Por qué uno elige la poesía y otro la duda no lo sabemos y no lo sabremos jamás. No sabemos por qué uno nace Cioran y otro Milosz.

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Adam Zagajewski (Leópolis, 1945-Cracovia, 2021) Versión de Jerzy Sławomirski y Anna Rubió. En Ada Lírica.