lunes, 18 de octubre de 2021

décio pignatari / el lenguaje poético


    La poesía parece estar más del lado de la música y de las artes visuales que de la literatura. Ezra Pound cree que ella no pertenece a la literatura y Paulo Prado va más lejos: declara que la literatura y la filosofía son las dos mayores enemigas de la poesía. 

    De hecho, la poesía es un cuerpo extraño en las artes de la palabra. Y es la menos consumida de todas las artes, a pesar de que parezca ser la más practicada (muchas veces, a escondidas). Una de las mayores rarezas del mundo es el poeta que consigue vivir de su arte. Hace dos mil años, el poeta latino Ovidio decía que las hojas de laurel (sobre las cuales se hacían coronas para poetas y héroes) solo sirvieron, en realidad, para adobar la carne. ¿Y cómo podría ser diferente? ¿Cómo encontrar un modo de remunerar el trabajo y el oficio de un poeta? Rilke estuvo trece años sin hacer un solo poema. Valery, veinticinco años. Otros consumieron buena parte de su vida escribiendo una obra (sin exclusión de otras): Dante, veinte años, para la Divina Comedia; Joyce, diecisiete para la "proeza" del Finnegans Wake; Pound, cuarenta años para Los Cantos; Goethe, cincuenta y cinco para el Fausto; Mallarmé, treinta, para Una tirada de dados. No es porque hubiera un Pelé que vas a dejar de jugar al fútbol; no es porque hay una Gal que vas a dejar de cantar. 

    El poeta es aquel artista que no es parte de algo. Y es aquel que ayuda a fundar culturas interiores. No es posible entender la cultura portuguesa sin Camões; la inglesa sin Shakespeare; la italiana sin Dante; la alemana sin Goethe; la griega sin Homero; la irlandesa sin Joyce. 

    La poesía es el arte del anticonsumo. La palabra "poeta" viene del griego "poietes = aquel que hace", ¿que hace qué? Hace lenguaje. Y aquí está la principal fuente de misterio. 

    El signo verbal forma un sistema dominante de comunicación. Esto quiere decir: todo el mundo se pone de acuerdo, todo el mundo usa, todo el mundo trabaja con el signo verbal (el hablado, principalmente, ya que solo un 10% de las lenguas existentes poseen código escrito). Y ahí es que está: el poeta no trabaja con el signo, el poeta trabaja con el signo verbal. 

    Un cuento: el gran pintor impresionista Degas vivía queriendo hacer un poema, sin conseguirlo. Un día llegó donde su amigo Mallarmé y le dijo: "Stéphane, ideas maravillosas no me faltan, pero no consigo hacer un poema". El maestro le respondió: "Mi querido Edgar, los poemas no se hacen con ideas, sino con palabras".

    El poeta hace lenguaje para generalizar y regenerar sentimientos, dice Charles Peirce.

    Una adivinanza: Mallarmé hablaba de una flor que está "ausente de todos los ramos", ¿qué flor es esta? 

    Charles Morris hace una esclarecedora distinción entre los signos. Dice que hay signos-para y signos-de. Un signo-para conduce hacia alguna cosa, a una acción, a un objetivo transverbal o extraverbal, que está fuera del mismo. Es el signo de la prosa, moneda de cambio común que usamos automáticamente todos los días. Incluso cuando uno huye de ese automatismo, cuando uno comienza a ver, a sentir, a oír, a pensar, a tocar las palabras. Entonces las palabras comienzan a transformarse en signos-de. Produciéndose así, un retruécano o un signo-de para con sí mismo. Es un signo de alguna cosa, quiere ser esa cosa sin poder serlo. El signo intenta ser un ícono, una figura. Es el signo de la poesía. Uno podrá ver, más adelante, que el signo-para es un signo por contigüidad, mientras que el signo-de es un signo por semejanza.

    Para el poeta, bucear en la vida y bucear en el lenguaje es (casi) la misma cosa. Él vive el conflicto de signo versus cosa. Sabe (esto es, siente el sabor) que la palabra "amor" no es el amor y no se conforma.  

    Una respuesta para la adivinanza mallarmeliana: una flor que está ausente de todos los ramos es la palabra flor

    El poema es un ser de lenguaje. El poeta hace lenguaje, haciendo el poema. Está siempre creando o recreando el lenguaje. Vale decir, está siempre creando el mundo. Para él, el lenguaje es un ser vivo. El poeta es radical (del latin, radix, radicis = raíz): él trabaja las raíces del lenguaje. Con eso, el mundo del lenguaje y el lenguaje del mundo ganan troncos, ramas, flores y frutos. Es por eso que un poema parece hablar de todo y de nada, al mismo tiempo. Es por eso que un (buen) poema no se agota: el crea modelos de sensibilidad. Es por eso que un poema siendo un ser concreto de lenguaje parece el más abstracto de los seres. Es por eso que un poema es creación pura, por más impura que sea. Es como una persona o como la vida: por mejor que lo expliques, la explicación nunca podrá sustituirla. Es como una persona que dice siempre que quiere ser comprendida. Pero lo que realmente quiere es ser amada.

    El lingüista Chomsky distingue dos niveles de hecho lingüístico: el nivel de competencia y el nivel de actuación. El nivel de competencia se refiere al nivel de dominio técnico del lenguaje (a los tres años de edad, uno ya domina las estructuras básicas de su lengua materna). El nivel de actuación es aquel en que el hablante crea encima del nivel de competencia. Es claro que esos niveles no están separados: el niño aprende creando. Todos nos creamos, pero la (des)educación que recibimos nos orienta en el sentido de la descripción, en el sentido de permanecer apenas en el nivel de competencia. 

    Estamos dando aquello que es fundamental para la competencia poética, pero abriéndose a la actuación creativa que es una tarea propia. 

    Mucha de la inhibición al nivel de actuación es provocada por la inseguridad del nivel de la competencia. En esto se apoya la censura, desde fuera y desde adentro (autocensura) para impedir que uno cree. Vamos a reabrir ambas válvulas. 

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Décio Pignatari (Jundiaí, 1927-São Paulo, 2012) O que é comunicação poética. São Paulo: Brasiliense, 1987. Traducción de Nicolás López-Pérez. La costura del propio códex.