lunes, 17 de marzo de 2025

julia wong / la belleza, el mar y la poesía


La belleza, el mar y lo que sucede en cada lector de poesía es una experiencia personal. 

Sobrellevo un gran temor a la institucionalización de un significado, por lo que estoy en contra de la pretensión de los diccionarios de encontrar una explicación a todas las palabras, desde las más simples a las más sofisticadas. 

La gravedad inherente a estos tres universos —belleza, mar y poesía— a mi parecer solo necesita intérpretes que puedan correr el riesgo de una constante y siempre viva internalización individual. 

¿Por qué equiparo estos tres detonadores para empezar este prólogo? Porque en todos estos años intentando encontrar una respuesta, aún no ha llegado una convincente. 

Sin embargo, no saber qué decir sobre la poesía, el mar o la belleza resulta una salida fácil a una retórica subyacente. Ese no saber me libera de una muerte o un derrumbe. He seguido escribiendo poemas, encantada por las palabras que subvierten la gravedad. 

No tengo una idea fija de por qué lo hago, digo razones, digo necesidades, digo onomatopeyas, digo ausencias, digo vacíos, digo ilusiones. Diría excusas. 

Todo esto es tan cierto como que mañana cuando lo lea dejará de convencerme y me echaré a buscar una ideas más ecuánime. 

Tanto la belleza como el mar nunca llegan a tener una plenitud de conocimiento, salvo por esa technè que se poetiza para amenguar la frustración de que esa idea no alcance. 

Una vez que la poesía, el mar o la belleza te atrapan, sus espejos te vuelven inmóvil y te obligan a devociones mitológicas. 

Esa technè devuelta a esos tres universos y robada de algún lugar, no tiene otra orilla, no tiene juventud ni vejez y no va a ninguna parte. 

He escrito por razones equivocadas. Quizás, porque mi padre me puso un nombre que significa «espíritu del libro», porque busca la sinrazón.

Esa technè se desarrolló como una urgencia moral e histórica, pero que en el camino te puede jalar hasta el inframundo que traga al más incauto cuando busca a través de ella la gloria o algún cielo. 

La poesía fue y seguirá siendo el burro cargando latas de agua en las calles de piedra de Chepén, mi papá agarrándome fuerte de la mano en Nathan Road en Kowloon, mi mamá acostada sobre un harnero lleno de garbanzos, los Mestres calceteiros en Macau, los gritos de las lechuzas en el campo. 

Me gusta festejar lo absurdo y que esos nuevos signi cados llenen otros y estos otros rellenen a otros hasta alcanzar el silencio punzante del algarrobo o se reduzcan todos los idiomas al amor a través de unos ojos azules. 

En la poesía se acaban las fronteras, los pasaportes, tu capacidad de consumo o las palabras difíciles que te convierten en un ente políticamente correct@. Hay una salvación inesperada, encuentras una puerta abierta, pero al cruzar el umbral, solo tú y nadie más que tú sabrás qué te espera, si caerás, si seguirás, si alguien te auxiliará desde otra altura. Creo que al cruzar la puerta de la creación te enfrentas al suceso inefable de la vida desnuda y sin dientes. 

Gracias a la poesía me he embarcado en travesías inconmensurables, a veces fueron naufragios, a veces victorias pacíficas, 

Un sonido 
Un árbol rojo 
Un amigo, un amor, un estudiante 
Una amiga enloquecida 
Una forma La desesperación vestida con un tul transparente 
Una condena, la crítica perpetua, el aullido, polvo 
El mar cuando habla 
La censura 
Y, entonces, la palabra belleza se vuelve tan ancha y profunda que caben todas las palabras que se dicen sobre ella. 

Entonces, la poesía sería: la herida, mi hija, la extraña sinrazón de ser peruano, Hong Kong Libre, un pueblo al sur de Alemania donde duermen los lobos en las iglesias, ellos me permitieron cobijarme en su vientre inmundo y no me tragaron. 

Otra vez los Mestres calceteiros mandándome mensajes en código morse. Estas gafas que hemos pintado de morado.

Este intento de nombrarme en lo nombrado.

***
Julia Wong (Chepén, 1965-Lima, 2024)