Sería apropiado, tal vez, devolver el alentador cumplido que los seguidores le hicieron a The Whitsun Weddings (Casamientos en pentecostés) con una anotación detallada de su contenido. Sin embargo, y desafortunadamente, hay poco que agregar a lo que ya dije: que esos poemas fueron escritos en o cerca de Hull, Yorkshire, con una serie de lápices Royal Sovereign 2B, entre los años 1955 y 1963. Creo que el efecto que traté de lograr en cada caso está bastante claro. Si fallé en ciertas ocasiones ninguna anotación marginal podrá ayudarme ahora. En adelante, esos poemas pertenecen a sus lectores, quienes a su debido momento dictarán sentencia olvidándolos o recordándolos.
Si hay algo que decir, debería ser sobre los poemas que uno escribe, los cuales no necesariamente son los poemas que uno quiere escribir. Hace algunos años llegué a la conclusión de que escribir un poema era construir un dispositivo verbal capaz de preservar una experiencia de forma indefinida a través de su reproducción en cualquiera que leyera ese poema. Como definición de trabajo me pareció lo suficientemente satisfactoria como para permitirme escribir mis propios poemas. No obstante, en la medida en que sugería que todo lo que uno debía hacer era elegir una experiencia y preservarla, era bastante simplista. Hoy en día nadie cree en temas “poéticos”, no más de lo que se cree en una dicción poética. Sin embargo, cuanto más lejos avanza uno, más se convence de que algunos temas son más poéticos que otros, al menos porque se escriben poemas sobre estos mientras que sobre otros temas no. Al principio uno escribe poemas sobre cualquier cosa. Más tarde, aprende a distinguir algo más, aunque todavía cometa muchísimos errores que lo hacen perder tiempo. Lo cierto es que mi definición de trabajo define bastante poco: no da cuenta de ese elemento necesario de distinción y no explica la precisa naturaleza de ese encurtido verbal.
Esto significa que la mayor parte del tiempo uno se dedica a hacer, o a tratar de hacer, algo cuyo valor es dudoso y cuyo modus operandi es impreciso. ¿Puede uno sentirse dichoso del todo con esto? Ya desaparecieron los días en los que uno se definía como el sacerdote de un misterio: hoy, misterio significa ignorancia o paparruchada, ninguna de las dos cualidades está de moda. Sin embargo, escribir un poema no es, después de todo, un acto de voluntad. Lo que hace bueno a un poema no es un acto de voluntad. Por consiguiente, los poemas que efectivamente se escriben pueden parecer triviales o menospreciables comparados con aquellos que no. Pero los poemas que se escriben, aun si no son del agrado de la voluntad, sí le agradan, evidentemente, a ese algo misterioso al que deben agradar.
Esto no quiere decir que uno se la pasa escribiendo poemas que su voluntad desaprueba. Lo que significa, al contrario, es que entre los componentes que intervienen en la escritura de un poema debe haber una veta de extraña gratificación personal –casi imposible de describir si no es en estos términos–, la presencia de aquello que tiende a anular cualquier tipo de satisfacción que la voluntad podría sentir frente al trabajo terminado. Sin este elemento de interés propio, el tema, aunque sea digno, puede irse a la deriva y ser olvidado. La cuestión está llena de ambigüedades. Escribir un poema es un placer: a veces lo pongo a competir, deliberadamente, en el mercado –por decirlo de algún modo– con otras actividades de ocio, sobre la base ostensible de que si escribir un poema no es más entretenido que escuchar música o salir por ahí, no será entretenido leerlo. ¿Pero no está ocultando esto, quizás, una objeción subconsciente a la escritura? Después de todo, ¿cuántos de nuestros placeres resisten nuestra reflexión sobre ellos? ¿O se trata sólo de una pereza oculta?
Que uno se preocupe sobre esta cuestión depende, en realidad, de si uno está más interesado en escribir poemas o en descubrir cómo se escriben. Si es lo primero, entonces tales consideraciones se vuelven otra dificultad técnica –como el ruido que hacen los vecinos o el propio temperamento– paralela a las dudas de un clérigo: uno debe continuar a pesar de ellas. Al formularlas, creo que uno está buscando alguna justificación en el producto terminado para los sacrificios que hizo en su nombre. Puesto que es la voluntad la que busca, es poco probable que encuentre alguna satisfacción. El único consuelo en todo este asunto, como en casi cualquier otro, es que con toda probabilidad no había ninguna opción.
[1964]
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Philip Larkin (Coventry, 1922-Kingston upon Hull, 1985). Traducción de Santiago Venturini. Hablar de poesía.