lunes, 23 de septiembre de 2024

edmond jabès / sobre la poesía


¿Habrá en la escritura, como en la vida, momentos privilegiados con respecto a otros? Si es así, podríamos definir la poesía como uno de estos momentos.

Si comparo una página escrita con un jardín, tenderé, en un principio, a ver en la rosa, la imagen misma del poema; pero estaré incurriendo en un grave error.

La poesía es enemiga de la apariencia. Es pertenencia inmemorial. Del jardín, sería, más bien, tierra fecunda, húmeda, esa milagrosa humedad de las profundidades de la tierra. Podría ser, también, savia y raíces.

La poesía funda nuestra relación con el mundo.

Y es por ello por lo que, al contemplar la rosa, en un momento dado, ya no es ella lo que vemos sino otra flor que, aunque conserve el nombre de rosa, nos interpela en tanto que flor del secreto; secreto en flor, rosa imaginaria, que da rienda suelta a nuestra imaginación.

Y sin embargo, la poesía apela menos a nuestra imaginación que a nuestra insospechada facultad de ver y oír.

Es, en lo creado, lo que se crea, a medida que eso creado nos solicita y subyuga.

Es fascinación de un increado; lo informe de donde nacerá la forma, un increado que, poco a poco, se convertirá en nuestra creación.


¿Vivirá la poesía en nosotros? En tal caso, cabría preguntarse si existe, en nosotros, como tal, o si no es, sencillamente, la capacidad que tenemos capacidad de poeta de expresarnos, plenamente; si no está en esa plenitud de expresión que, con nuestros propios medios, hemos alcanzado; si, finalmente, no es más que una extraordinaria experiencia del lenguaje.

Lo escrito no tiene límites que no sean límites del escritor. Ilimitada, la forma se asfixia en sus límites.

¿Pero qué sería una forma que hubiera perdido sus contornos? 

Si el objeto, la palabra, existen, es porque pueden ser circunscritos.

Entonces, ¿a qué se debe que en la mayoría de los casos se nos escapen?

No delimitamos más que nuestro acercamiento a ellos y a éste nos resignamos.

¿Podríamos decir que este acercamiento insuficiente es el punto de partida de una aventura de la forma que, para ella, consistiría en hundirse en su noche hasta allí donde todavía sigue siendo ella misma, no siendo más que deseo compartido: compartir un deseo insatisfecho en el que nos uniríamos?

Lo increado precede a la creación pero, al estar siempre por crear, al mismo tiempo la sigue. 

El poema tal vez sea lo que la escritura puede y ama

¿Pero sabremos alguna vez todo lo que la poesía ansía? 

Ansía más de lo que puede, es en este "más" donde se inscribe. La escritura sólo se hace frente a la escritura. 

Oceáno. Oceáno.

***
Edmond Jabès (El Cairo, 1912–París, 1991) El libro de los márgenes III. Construir en el día a día.  Madrid: Arena, 2006, pp. 51-53. Traducción de Begoña Díez Zearsolo.