lunes, 12 de junio de 2023

alfonso gatto / palabras a un público imaginario


Escribí mi primer poema a los veinte años en una habitación destartalada. Más allá de la ventana estaba el mar; llovía suavemente. Había visto a las montañas cerrar el golfo durante veinte años y, contra el cielo, una pequeña casa olorosa al yeso rosado que despertaba la lluvia. Muchas noches me dije: "después de mí, el mundo vivirá; no sé si otro mirará estas colinas y el mar con mi misma mirada, y sin saberlo me recordará".

Quizás era amor este deseo de supervivencia. Quizás fue la gloria. Tal vez fue un viaje más allá de las montañas: adiós a mi madre, adiós a mí mismo que seguí siendo niño en el balcón para saludarme. Tal vez fue la muerte: ir con la última luz, añorarme como solo yo sabía añorarme. Y las mujeres, los trenes, esos atardeceres tan largos que todas las casas eran cálidas, significaban la vida que no debía tocar si todo estaba adentro, con la sangre, con los ojos, con la boca que me sonreía.

Ese fue el poema que se me reveló en la habitación derrumbada donde estaba sentado: las palabras que escribí entonces, pocas, tímidas, pero como suspendidas en el silencio que me rodeaba, me pareció que eran precisamente aquellas con las que la noche quería ser amada por su hijo grande.

Es una imagen que no he perdido con los años: esa dulce e incontenible forma en que mi corazón se sintió entonces sofocado y abierto permaneció dentro de mí por cada palabra mía, por cada acto en el que me siento vivir; y no hay nada que me distraiga de seguir creyendo aún que la tierra y los hombres necesitamos ser amados por mi mirada, inspirados en la tierra, fuertes, victoriosos en la espléndida materia de las palabras.

Las controversias, las definiciones me han dejado intacta mi forma brusca de sentirme vivo y reconocer la poesía con franqueza, como hecho, como una cosa.

Odio a los hombres que la creen un problema, que la quieren reducir a sus propias razones, que no sienten el delicado terror en que está cada vez que encuentran su voz y todas las palabras callan.

Sin saber qué decir sobre mí, aparte de la forma en que estaba abierto al ávido amor que me buscaba, aparte de la abrasadora nostalgia del bien que sentía llevar en mí, y de qué viaje hacer más allá de mí para encontrarme de nuevo. "Estaba muy melancólico y me apoyé junto a la ventana": esa es la vista del infinito que Leopardi nos ha dejado. Amamos la vida cuanto más sentimos el deber de resistir a sus mismas impresiones, y durar, consumiéndola en el tiempo y en su música, con el propósito de que nuestra pureza sea como la desnudez del cuerpo donde hemos quemado toda la gloria y todo el dolor para no secarse y también para responder con las palpitaciones a las voces que no nos despertarán hasta el final.

Dejamos abierto este deseo nuestro en la historia de los hombres, es la razón de la misma vida, un asunto tenaz en el que queremos que todos los pensamientos sean cosas.

La poesía es una realidad que acusa al lector y lo confronta con su distracción. Tal vez quiera vivir de todos modos, pero frente a la poesía se dará cuenta de que las palabras, una a una y en su tiempo, lo transportan poco a poco, le revelan un mundo que presentía, en el que tendrá que reconocerse sin perder su grandeza y su miseria. Verá que perdiendo la cara, se dará un giro, se identificará y detendrá un momento, para que le hablen cada vez más y por mucho tiempo los mismos deseos que antes había abandonado y temido.

La poesía te provoca, te confronta con la necesidad de luchar.

Al presentar mi poesía lírica quiero ser un buen provocador. Ten cuidado. Precisamente porque la poesía es vida, puede llevar de inmediato a las dimensiones de un problema, para ser solo intermediaria y moderadora entre los sentimientos extremos que suscita y los ideales aparentes con que consuela.

El uso de la poesía, de toda la poesía, para aquellos que quieren restringirla a su valor de 'arte' e inhibirle toda humana desesperación, se apoya todavía en la comodidad que uno quiere obtener de ella a toda costa, a pesar de que los poetas viven precisamente con el fin de desmentirlo.

Yo también estoy aquí para desmentirlo, para contagiarte mi desesperación, para arraigarte en mis esperanzas, para decirte que tus afectos y pasiones no son nada, una mentira que sabes que dices, sino son la voz misma de los sentimientos que debes alcanzar e identificar en ti y contra ti mismo, en la plenitud de tu vida moral y en la realidad de tu naturaleza.

Si te preguntas por qué escribe un poeta, cómo se decidió a escribir, si recuerdas a ese joven sentado en su habitación destartalada, entenderás por qué la poesía pertenece a hombres que no se defienden, que pasan por la vida, a lo largo de toda su vida, sin apropiarse de ella, amarla incluso para los otros, que creen haberla gastado o poderla gastar sin lograr siquiera despertarla.

El poeta es un hombre mortal que vive con toda su muerte y con toda su vida, en el tiempo, que en sí mismo se desgasta y se despierta, y que en los otros se llena de gente y se emplaza, y no posee nada que no haya amado y perdido.

"Quería decir: encontrarás a otros en mi lugar, pero no: no encontrarás un corazón como el mío", escribió Leopardi. Dejad que los poetas estén seguros de esta desesperada bondad de sus corazones.

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Alfonso Gatto (Salerno, 1909-Orbetello, 1976) "Palabras a un público imaginario" en: Alfonso Gatto, poeta de la nación ofendida. Selección y traducción de Rafael Ángel Herra. San José: Uruk Editores, 2020, pp. 76-80.