lunes, 15 de diciembre de 2025

john berger / autorretrato


Hace unos ochenta años que escribo. Primero cartas, después poemas y discursos, más tarde cuentos, artículos, libros; ahora apuntes sueltos.

Escribir siempre ha sido un acto vital para mí; me ayuda a encontrarle un sentido a las cosas y seguir adelante. No deja de ser, sin embargo, una manifestación de algo más profundo, algo esencial: la relación que mantenemos con el idioma. Y el idioma es el tema de estos apuntes.

Empecemos por examinar la tarea de traducir de un idioma a otro. La mayoría de las traducciones que se hacen hoy en día son técnicas. Yo me refiero a las literarias; es decir, la traducción de textos que exigen una experiencia personal.

La creencia más extendida sugiere que el traductor, o los traductores, analizan las palabras escritas en una página para luego representarlas en otro idioma, en otra. Esto implica, primero, una supuesta traducción literal, al pie de la letra; después, una adecuación a las reglas y a la tradición lingüística del idioma al que se está traduciendo y, finalmente, un trabajo de revisión a fin de reproducir el equivalente a la “voz” del original. Muchas, si no la mayoría de las traducciones, se hacen bajo este método y sus resultados son dignos pero en el fondo mediocres.

¿Por qué? Porque una auténtica traducción no es binaria; no es un romance entre dos idiomas, sino entre tres. El tercer lado del triángulo está en lo que subyace a las palabras del original antes de que éste fuera escrito. La verdadera traducción exige un retorno a lo preverbal.

Uno lee y relee las palabras de un original con el fin de internarse en él a través de ellas y así comprender la experiencia o conmoverse ante la revelación que las ha inspirado. Una vez reunido lo que hay allí —en esa experiencia, en esa revelación— ya puede coger esa palpitante y casi indecible “entidad” y colocarla en la trastienda del idioma a la que va a ser traducida. En ese momento, la tarea principal del traductor es persuadir al idioma anfitrión de que asuma dicha “entidad” como propia y se ponga a su disposición para que pueda ser expresada.

Este ejercicio nos recuerda que un idioma no puede reducirse a un diccionario o catálogo de palabras y frases. Tampoco a un almacén de las obras escritas en ese idioma.

Una lengua es un cuerpo, una criatura con vida propia cuya fisonomía es verbal y sus funciones orgánicas son lingüísticas. Y su hogar está formado tanto por lo que se puede como por lo que no se puede expresar.

Hablemos ahora del término Lengua Materna. En ruso se dice Rodnoi Yazik, que significa “la lengua más cercana o la más entrañable”. Si me apuran, podríamos llamarla Lengua Amada.

La Lengua Materna es nuestro primer idioma, el primero que oímos de boca de nuestra madre cuando somos bebés. De ahí el sentido del término.

Digo esto porque no tengo duda de que esa criatura que es la lengua madre y que estoy tratando de describir es femenina. Me imagino su centro como un útero fonético.

Dentro de una Lengua Materna están todas las Lenguas Maternas. Dicho de otro modo, toda Lengua Materna es universal.

Chomsky ha demostrado con brillantez que todos los idiomas —no sólo los verbales— comparten determinadas estructuras y normas. Por lo tanto, toda Lengua Materna está emparentada (¿rima?) con lenguajes no verbales como el de nuestro propio comportamiento, el de los signos o el del ordenamiento espacial.

Cuando dibujo, intento desentrañar y transcribir un texto compuesto de apariencias que ya tiene su indescriptible pero innegable lugar —lo sé bien— en mi Lengua Materna.

Las palabras, expresiones o frases pueden separarse de su lengua y ser empleadas como simples etiquetas. En ese caso se vuelven inertes, vacías. El uso repetido de siglas y acrónimos es un ejemplo directo de ello. De igual manera, la mayor parte del discurso político dominante hoy en día está formado por palabras que, escindidas de cualquier lengua, carecen de vida, están muertas. Esa palabrería fantasmal borra del mapa la memoria y alimenta una implacable autocomplacencia.

A lo largo de estos años lo que me ha impulsado a escribir es la intuición de que hay cosas que merecen contarse y que si yo no lo intento cabe el riesgo de que nadie lo haga. Me veo más como un hombre-parche que como un notable escritor profesional.

Tras escribir unas cuantas líneas dejo que las palabras vuelvan discreta y serenamente a esa criatura que es su lengua madre. Una vez allí, que sean reconocidas y admitidas por otra multitud de palabras con las que tienen una relación de afinidad semántica, o lo contrario, de discrepancia, o una relación metafórica, o de aliteración, o de ritmo. Escucho su conspiración. Cómo entre todas cuestionan el sentido de las palabras que he elegido. Así que rectifico esas líneas, cambio una palabra, a veces dos, y las presento de nuevo. Comienza otra conspiración.

Prosigo de la misma manera hasta que al fin aparece un suave murmullo de aceptación provisional. Entonces paso al siguiente párrafo.

Y comienza otra conspiración...

Los demás pueden pensar lo que quieran de mí como escritor. Yo sé que soy el hijo de puta. Y ya saben quién es la puta, ¿verdad?

***
John Berger (Londres, 1926-Antony, 2017). Traducción de Justo Beramendi González. Proyecto Patrimonio.

lunes, 8 de diciembre de 2025

rolando revagliatti pregunta / jorge dipré


***
Existen tantos escenarios como relatos en los que me habría gustado habitar. No sé si con el deseo profundo de ser uno de los personajes imaginados por sus autores, pero de algo estoy seguro: me hubiese asustado en la cueva donde Tom Sawyer y Becky Thatcher se encuentran con el indio Joe. Y también me hubiese enamorado locamente de ella, al punto de desafiar a Tom, a Huck y a toda esa pandilla maravillosa, para quedarme con su amor.
Casualidad o Causalidad, el libro de Mark Twain que me habían regalado era de tamaño tabloide, ilustrado con unas delicadas acuarelas. Aún lo recuerdo, y creo que lo conservé para regalárselos a mis hijos. Lo menciono porque fue decisivo en mi proceso de aprendizaje de la lectura: la impronta de la imagen visual, de las historietas, cuando aún no había comenzado con la palabra escrita. A instancias de mi madre, yo “leía” y le contaba las historias, aunque no supiera leer los textos ni los globos que los acompañaban. Interpretaba el argumento guiado por el soporte gráfico: leía la historia sin leerla. Mérito indiscutible de los dibujantes.
Años después, otro escenario que me fascinó —y que he revisitado en múltiples ocasiones— fue el de Robinson Crusoe. Pero si debo mencionar una historia infaltable en la que realmente hubiese querido tener el privilegio mágico de estar presente, inmerso no como personaje ni como narrador, sino como testigo omnisciente y sensible, esa sería la que Ray Bradbury tituló El maravilloso traje de helado de crema. Ahora, si pienso directamente en un universo, sin dudas elegiría el que plantea Vladímir Nabókov en su vasta obra, dentro de la cual me pierdo, especialmente cada vez que releo Ada or Ardor. Me maravilla su trabajo narrativo, donde recurre sin pruritos a recursos poéticos y a esa —para mí inconcebible— transmigración entre las lenguas en las que escribió, leyó y tradujo, las cuales siempre se hacen presentes de algún modo, muchas veces a través de la sonoridad —recordemos el inicio de Lo-Li-Ta o las variantes fónicas y de traducción en Ada or Ardor. Ha sido una inspiración para algunos de mis relatos inéditos y, en cierta medida, me ha mostrado un horizonte probable para mi escritura, aunque distinto, ya que hasta hace poco cargaba con el complejo de ser un lector de prosa que escribe mayormente poesía. 
Podría mencionar otros autores y obras que han sido claves para mi propio imaginario creativo, como la poesía de Poe —El cuervo— en una intersección inverosímil pero desafiante con Nicanor Parra y Drummond de Andrade… Pero esa es otra historia, para otro momento…

***
Jorge Dipré (Santa Fe, 1960). Envío de Rolando Revagliatti.

lunes, 1 de diciembre de 2025

20 citas de emily dickinson / del oxford essential quotations


  1. Después de un gran dolor, un sentimiento formal viene—
    Los nervios se sientan ceremoniosos, como tumbas.
     
    ‘After great pain, a formal feeling comes’ (1862)
  2. Porque no puedo parar por la muerte—
    Se detuvo por mí amablemente—
    El Carruaje llevó a nosotros—
    Y a la eternidad.
     
    ‘Because I could not stop for Death’ (1863)
  3. Desde entonces —hace siglos— y aún
    Se siente más breve que el día
    Primero conjeturé las cabezas de caballos
    Iban hacia la eternidad.
     
    ‘Because I could not stop for Death’ (1863)
  4. No hay fragata como un libro
    Que nos lleve a tierras lejanas
    Ni córceles como una página
    De poesía galopante
     
    ‘A Book (2)’ (1873)
  5. El ajetreo en una casa 
    La mañana después de la muerte
    Es la más solemne de las tareas
    Que se llevan a cabo en la Tierra:
    Barrer el corazón

    Y guardar el amor
    Que no querremos
    volver a usar
    Hasta la eternidad.
     
    ‘The Bustle in a House’ (1866)
  6. El para siempre—está compuesto de ahoras.
    ‘Forever—is composed of nows’ (c. 1863)
  7. La esperanza es esa cosa con plumas
    Que se posa en el alma
    Y canta la melodía sin palabras
    Y nunca se detiene, en absoluto
     
    ‘Hope is the thing with feathers’ (c. 1861)
  8. Se interpuso una mosca
    Con un zumbido azul, incierto y vacilante,
    Entre la luz y yo.
    Y entonces las ventanas fallaron,
    y entonces No pude ver para ver.
     
    ‘I heard a Fly buzz—when I died’ (1862)
  9. El amor es anterior a la vida
    Posterior a la muerte
    Previo a la creación y 
    El exponente del aliento.
     
    ‘Love is anterior to life’
  10. La separación es todo lo que sabemos del cielo,
    Y todo lo que necesitamos del infierno.  
     
    ‘My life closed twice before its close’
  11. El alma elige su propia compañía,
    Luego cierra la puerta
    A su divina mayoría,
    Que ya no está presente.
     
    ‘The Soul selects her own Society’ (1862)
  12. El éxito es más dulce
    Para aquellos que nunca lo alcanzan.
    Para comprender un néctar
    Se requiere la necesidad más dolorosa. 
     
    ‘Success is counted sweetest’ (1859)
  13. Di toda la verdad, pero dila de forma indirecta.
     
    ‘Tell all the Truth but tell it slant’ (c. 1868)
  14. Hay un cierto ángulo de la luz,
    Las tardes de invierno,
    Que oprime como el peso
    De los cantos de la catedral. 
     
    ‘There's a certain Slant of light’ (1861)
  15. Me hicieron callar en prosa
    Como cuando era pequeñita
    Me pusieron en el closet
    Porque les gustaba que me quedara "quieta"
     
    ‘They shut me up in prose’ (1862)
  16. Esta es mi carta al mundo
    Que nunca me escribió
     
    ‘This is my letter to the world’ (1862)
  17. Si leo un libro [y] me hace sentir tanto frío en todo el cuerpo que ningún fuego puede calentarme, sé que es poesía. Si siento físicamente como si me hubieran quitado la parte superior de la cabeza, sé que es poesía. Esas son las únicas formas en que lo reconozco. ¿Hay alguna otra forma?
    Carta a T. W. Higginson, 16 de agosto de 1870
  18. Encuentra el éxtasis en la vida; el mero sentido de vivir es alegría suficiente.
    Carta a T. W. Higginson, 17 de agosto de 1870
  19. El viernes probé la vida. Fue un bocado enorme. Un circo pasó por delante de la casa; aún siento el rojo en mi mente, aunque los tambores ya se han ido. El césped está lleno del sur y los olores se entremezclan, y hoy oigo por primera vez el río en el árbol.
    Carta a Mrs J. G. Holland, mayo de 1866
  20. No nos volvemos viejos con los años, sino que nuevos cada día.
    Carta de 1874
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Emily Dickinson (Amherst, 1830-1886). Traducción de Nicolás López-Pérez. Oxford Essential Quotations.

lunes, 24 de noviembre de 2025

rolando revagliatti pregunta / jonio gonzález


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Cuando la planicie deja de ser normalidad para convertirse en excepción.
Cuando el mar deja de ser metáfora de furia para serlo de calma.
Cuando las casas de piedra contienen los recuerdos de otros que ahora son los tuyos. 
Un país ha dejado de ser; otro se llena de sonidos nuevos que al mismo tiempo son ecos que proceden de un tiempo no vivido y sin embargo recordado. Otros cielos y los mismos pájaros que hacen sus nidos en una infancia que es la propia y diversa, que habla con idénticas palabras y distinto aliento.
Las construcciones de los paisajes de Modest Urgell cobran un significado que jamás imaginaste, pero reconoces de inmediato. Estás delante de una puerta que nunca abriste, la abres para entrar en tu casa y no es tu casa sino los recuerdos de un tiempo que no fue tuyo, que no viviste y vive a través de ti. O espera vivir a través de ti. Porque hablaste en esos rincones, viviste en esos rincones, bajo esos techos, hiciste de ellos tu único universo, alguien hizo de ellos su único universo, y el ruido te ensordece, y es silencio, y pensamiento, "la bóveda entera del cielo"; imaginado por Rilke. Sólo estás unido a quienes te acompañan, a los que te esperan. Ni dentro ni fuera de la casa. Porque no hay dentro ni fuera. Porque deseo y existencia son lo mismo. El deseo de volver a una montaña desde cuya cima divisas el mar, de volver a la orilla de un río cuya superficie se pierde a la altura de tus pies. Y mar y río son lo mismo, la misma agua incapaz de reflejar al que eres, al que fuiste. O reflejando a otro que vuelve a la montaña, a otro que regresa al mismo río sin saber que un día perderá mar y río, como un día te perdiste en los azules de Fader, en los senderos de Turner, buscando esos mismos senderos del monte grande por los que te perdiste de niño.
¿Buscando a quién?
Y estás otra vez delante de la misma puerta, de la misma masía de Urgell, buscando la nieve de Mefrèn que cubrió la playa tan cerca de tu calle, la nieve de la que te hablaron, la nieve de la que sabes que te hablaron cuando la viste en un cuadro. De la que sabes que te hablaron cuando imaginaste que te hablaron de ella, cubriendo la playa, tan cerca de tu casa, por esas callejas que has recorrido en otra parte, entre los girasoles de Van Gogh camino del Ebro, entre los amarillos mesetarios de Rico, de Caneja, buscando otra casa cuyo barro destruyó el tiempo, cuyo barro cubrió la misma nieve, y con él el nido en la misma torre de iglesia que palpaste sin verla. 
La misma puerta, de otra casa, de todas las casas. Ninguna tuya, pero en cuyos rincones te recogiste para esperar lo que no se ha ido y nunca llegará.

***
Jonio González (Buenos Aires, 1954). Envío de Rolando Revagliatti.